Alberto, del germánico significa “hombre que brilla por su nobleza”. Quizás nuestro ex ministro de Justicia pensó en dar a valer tal denominación, tras ver truncado el único proyecto en el que ha trabajado minuciosamente durante este mandato, con su dimisión.
Si Alberto Ruiz Gallardón mirase hacia atrás vería cómo ha evolucionado de ser una de las figuras más queridas del Partido Popular (en general). Incluso en el pensamiento común corría el bulo de que Gallardón era un alcalde tan de centro que tenía desavenencias con sus compañeros. A que una cartera le haya bastado a la opinión pública para ver al Gallardón ministro, y cercano a la Iglesia, enemigo de la evolución de los derechos de las mujeres y esa decepción es muy difícil de subsanar.
Bien es cierto que no sólo el ministerio de Justicia se ha dedicado a la reforma de la ley del aborto, pero es que la subida de tasas judiciales no le ha costado el puesto. Ha sido su personal cruzada contra los derechos de las mujeres, aun así, el pecado de Gallardón no ha sido implicarse exclusivamente en esta reforma. El gran error de nuestro primer Alberto ha sido conceder la clase bussines a una religión en un país laico y en despreciar sin miramientos a un sector muy concreto de nuestra población, y más aún cuando este país pide a gritos unos cambios en el ámbito judicial.
Sin embargo, Alberto decidió luchar contra la evolución del género femenino para devolverla a una época dictatorial en la que Londres, no era una ciudad en la que trabajar de Au Pair. El sino de las mujeres en este país es que se haga políticas con ellas.
Esa situación de vulnerabilidad es la que nuestro segundo Alberto (Rodríguez), director de la Isla Mínima, ha aprovechado para emular en cierta medida a Stieg Larsson y plasmar la inferioridad histórica de una mujer que sólo pretende cogerle el paso a la evolución.
Por tanto, esta ha sido la semana de los Albertos y al juicio de uno mismo dejo la decisión de que elijan quién es el que verdaderamente luce por su nobleza.