El sol brillaba radiante, y acabó pegando fuerte.  Recuerdo un césped verde, unos árboles altos y frondosos cuyas hojas se movían con una tenue brisa. En medio de aquel césped había un escenario y cientos de sillas. Era como en las películas de la tele. Una especie de picnic, o de fiesta a la americana. Yo no sabía lo que era, aunque parecía una fiesta. Mi madre se preocupó de que fuésemos arreglados a aquel sitio que era perfecto para jugar a mil cosas.

 Recuerdo a mis abuelos, a mis tíos y a mis padres. Todos viviendo aquello como un día de fiesta. Yo no sabía muy bien por qué estábamos allí, pero disfruté en aquel lugar con otros niños. Todos acabamos llenos de manchas de corretear entre aquellas moras caídas en el césped. Eso sí lo recuerdo bien. Allí aprendí qué eran las moras. Y también cómo quitar la mancha de aquel fruto después de revolcarte sobre él.

Era una fiesta de empresa. Por lo visto mi abuelo, mi padre y mi tío trabajaban en aquel sitio. ¡Qué parque tan bonito! ¡Y con tantos niños! ¿Por qué no me habría llevado mi padre antes a aquel lugar? Pensé yo. Luego lo entendí. Aquella empresa cumplía 25 años allí, en mi pueblo. Y casi desde el principio, mi abuelo y otros como él estaban allí trabajando. Era algo especial. Aquel recuerdo lo guardé en mi memoria como pocos y sigo recordándolo con cierta melancolía.

Hoy, casi 20 años después de aquel momento, volví a entrar en aquel parque. No había escenario. Tampoco familias, ni niñas con sus trajes blancos. El sitio es igualmente acogedor. Los árboles seguían allí. El césped y las moras también. Incluso el sol y la brisa. Pero aquello ya no radiaba esa sensación que yo guardé en lo más recóndito de mi mente. Y no sólo porque mis abuelos ya no estén con nosotros. Tampoco porque haya dejado atrás la infancia. O al menos, no sólo por aquello.

Volvía allí junto a muchos de los compañeros de mi padre que hace 20 años estaban en aquel pintoresco día. Pero lejos de ir en trajes y corbata, iban en ropa de diario. Además de estar notablemente más serios, no veía a sus hijos ni esposas. Aquello, sin duda, era diferente.

Es posible que así hubiese visto hoy la realidad desde el prisma de aquellos seis años de edad. Pero la verdad es que han pasado casi dos décadas para todos. Esa hipotética y triste visión del yo infantil, no ha podido con la verdadera: hoy he vuelto a entrar allí para conocer qué pasaba y porqué cierran aquel lugar que da razón de ser a 228 familias.

Roca anuncia que deja Alcalá, y la deja para siempre. Posiblemente en peor situación que en aquellos lejanos años 60 cuando llegaba al pueblo aquel a orillas del Guadaíra, donde mi abuelo se había criado trabajando en las canteras de albero. Mi abuelo ya no está, pero mi padre y mi tío siguen allí. Roca se va. Pero ellos se quedan.

www.SevillaActualidad.com

Licenciado en Periodismo y Máster en Sociedad, Administración y Política, puso en marcha el 'Proyecto Deguadaíra', germen de Sevilla Actualidad. Ha pasado por El Correo de Andalucía, Radio Sevilla-Cadena...