“Estoy desesperado y no sé qué hacer. Ya sólo me queda robar un banco”. Hace escasos días escuché esta frase a las puertas de una oficina de empleo. Provenía de un hombre de mediana edad, de los que considerábamos hasta hace muy poco que pertenecían a esa franja de la madurez joven en la que una persona alcanzaba su plenitud vital: trabajo, vivienda y familia.

La crisis ha desdibujado la situación social de España. Probablemente, los estudios sociológicos de los próximos años analicen el fenómeno mientras las consecuencias estén vigentes aún. El CIS ya está trazando las primeras líneas. A los españoles les preocupa el paro, la crisis y los políticos. Por ese orden. El país en estos momentos, está sufriendo una depresión generalizada que recuerda a finales del XIX, cuando el español medio se percató de que todo lo conocido hasta el momento había desaparecido. Lo peor es que la preocupación se acentúa cuando se otea el horizonte.

Ahora, el español medio vive constantemente angustiado. Por el paro, por la crisis, por no llegar a fin de mes, por la hipoteca, por los políticos, por la política, por discusiones parlamentarias estériles, por la sanidad, por la educación, por el futuro de su familia. Prácticamente por todo. La preocupación, en pequeñas dosis, puede servir de aliciente para producir cambios que generen una mejoría pero en estos casos, derivada de la crisis y de las medidas auspiciadas por la Unión Europea para corregirla, está generando una oleada de individuos resignados.

Como si de una guerra de guerrillas se tratase, el Ejecutivo de Rajoy, bajo directrices europeas, está desgastando al ciudadano medio, despojándole de sus derechos bajo un pretexto patriarcal mediante el cual el Estado y sus gobernantes se erigen en protectores salvadores de un mal mayor. Poco a poco, con alevosía y premeditación, se suceden recortes, alteraciones legislativas, manifestaciones infructuosas, pérdidas de derechos y de soberanía. Y todo ello, sin que la población tenga instrumento alguno para remediarlo. No hay mayor ejercicio de poder e impunidad que el que está realizando el Gobierno español –a imagen y semejanza de otros como el griego- amparado por las normas de un estado democrático.

El ciudadano ya no sabe qué recorte se producirá mañana ni cuánto va a subir un producto que hacía dos meses costaba la mitad. Mucho menos conoce cuánto tardará en subir su salario ni siquiera, el tiempo en el que estará en su puesto de trabajo. Cuando cree que ya ha tocado fondo, observa cómo el suelo retrocede varios metros más. El desgaste del gobierno y las autoridades de la Troika están generando millones de resignados, que son fácilmente manipulables porque han perdido toda capacidad de aspiración vital.

Un daño colateral de esta resignación es mal-acostumbrarse a vivir sin más compañía que el frío de la estepa siberiana. Gracias a esto, cualquier ascua encendida es recibida como la mejor de las noticias y genera el conformismo de tener, al menos, una pequeña mecha encendida, obviando que, con algunos cambios, es posible prender un fuego denso. Es el mayor logro del desgaste ciudadano: estamos perdiendo la perspectiva y ya no sabemos qué nos pertenece legítimamente o qué no, por haber vivido encima de unas posibilidades maquiavélicamente insufladas.

Sin caer en la disyuntiva de resignación o revolución, lo cierto es que nuestra conciencia es la primera que debe cambiar antes de esperar un cambio de los gobiernos que está a años luz de producirse. No podemos pasar del todo a la nada, existiendo en mitad muchas posibilidades que, eso sí, exigen un cambio en la forma de ser, de pensar y de actuar de la ciudadanía.

Es momento de regenerar la política, sus representantes, el modelo de Estado, el orden jurídico, la Constitución y todo aquello que se ha mostrado inútil para evitar la actual situación de sufrimiento colectivo. Pero no hay que olvidar que los gobiernos y los estados no son más que reflejos de sus ciudadanos. Es preciso evitar la resignación colectiva que sumerge a la población en una espiral vacía de ambiciones. El cambio debe comenzar en las conciencias porque el desgaste para el poder será infinitamente superior al de la población.

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Nació en Sevilla y pronto supo que lo suyo sería la comunicación. Es licenciado en Periodismo en la Universidad de Sevilla y Máster en Marketing Digital por la Universidad de Málaga. Especialista...