La situación en nuestro país está alcanzando unos extremos preocupantes. Después de sufrir con la bajada de la bolsa y la subida de la prima de riesgo, todo parece haberse tranquilizado momentáneamente. Quizás es que la prima se ha tomado unos días de asueto, al igual que Mariano Rajoy, aunque no sabemos si será en su Galicia natal o en otros lugares alejados de la geografía española. Allí, por donde les gusta andar a los capitales, fuera de la órbita hispánica.

Pese al respiro, estos meses están dejando una resaca difícil de combatir. Diariamente, los medios y las redes sociales se invaden de noticias malas, pésimas, deleznables en algunos casos, que se suceden día tras días y sobre las que alarmantemente se están disparando las posiciones más extremas. Un fenómeno que está sucediendo en todos los ámbitos aunque, especialmente, en la política.

Hace unas semanas corría como la pólvora la noticia de que en España existía el doble de políticos que en Alemania. Los tuits se sucedían como el rayo proponiendo soluciones tan sutiles como despedir a la clase política, quitarles el sueldo e incluso, los más racionales amantes del diálogo y la moderación, apuntaban al paredón como la solución a nuestros problemas.

Parece que en un alarde de populismo del que tan acostumbrados nos tienen algunos dirigentes populares –y socialistas-, el presidente Mariano Rajoy se contagió de algunas de estas opiniones y determinó la eliminación de políticos en las administraciones locales. Una compañera de filas, Esperanza Aguirre, abogaba también por cercenar a la mitad los escaños del Parlamento de Madrid. Todo ello, bajo el paraguas de la austeridad y el ahorro. Resulta sospechosa esta fórmula que se balancea al filo de lo democrático al penalizar escasamente a las mayorías y eliminar la representación de las minorías.

Las medidas milagro, fáciles, populistas y pseudofascistas están proliferando en nuestro país a una velocidad de vértigo. Lo más peligroso es que se esconden detrás de la idea de austeridad, racionalización o reformas impulsadas desde el propio Gobierno. Nos escandalizábamos hace unos meses de que un partido nazi alcanzara el parlamento griego. En España, con nuestra ambición de superarnos, de seguir así ya no resultaría extraño ver a una nueva Falange –en su quincuagésima novena edición- saludar desde su bancada en el Congreso de los Diputados con el brazo de sus miembros en alto.

Existe una situación preocupante que está favoreciendo una visión simple y maniquea de los hechos que confunde a la mayoría de la población, cansada, hastiada de la política –y de los políticos- y preocupada por sobrevivir pese a los obstáculos. Los recortes están generando el campo de cultivo perfecto para que las voces más extremas apunten sus cañones de propaganda hacia el cerebro colectivo. Por su parte, el Gobierno está haciendo un flaco favor para corregir estas posturas extremas con sus medidas xenófobas y excluyentes que, en lugar de integrar, desintegran y desvían la atención al extranjero como el culpable de nuestros males.

El gran problema que esconde toda esta situación es que el Ejecutivo está gestionando de la peor forma posible la situación de crisis más dramática que se recuerda. Y cuanto más tense el Gobierno la cuerda, más duras serán las respuestas sociales. La campaña robinhoodiana de Sánchez Gordillo asaltando Mercadonas de Sevilla y Cádiz es un ejemplo, un espectáculo lamentable pero que muchos consideran un acto de justicia al estilo jacobino.

Las actuaciones son, sin duda, sancionables. Pero surge la pregunta de si el robo de comida en un supermercado a cara descubierta para donarla a bancos de alimentos es más reprobable que el saqueo continuado de capitales al extranjero, o la estafa a gran escala impulsada desde los sectores financieros a través de hipotecas desorbitadas o productos de dudosa moralidad como las participaciones preferentes.

España está en crisis, en todos los ámbitos. Y con las crisis aparecen los extremismos. Es muy importante filtrar los continuos mensajes populistas que nos llegan porque esconden un tufo totalitarista. No olvidemos que no existen extremos positivos, todos son nocivos y contagiar a la política o a la vida social de estos principios irracionales, acaba perturbando nuestra noción de la realidad.

Hacen falta menos soluciones fáciles y más cabezas frías que atemperen la complicada situación política, económica y social. La autoridad que ostenta la responsabilidad para ejercer esta necesaria función es el Ejecutivo, al que habría que solicitar que gobierne mirando de frente a los ciudadanos para aminorar la tensión de la cuerda antes de que acabe por romperse. El Gobierno tiene en sus manos la posibilidad de reconducir la lógica y la razón que está perdiendo con sus actuaciones. Todo extremismo destruye lo que afirma, decía la gran María Zambrano. Sería el comienzo perfecto para una carta dirigida a La Moncloa.

@lexbalbuena

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Nació en Sevilla y pronto supo que lo suyo sería la comunicación. Es licenciado en Periodismo en la Universidad de Sevilla y Máster en Marketing Digital por la Universidad de Málaga. Especialista...