Da entre pena, vergüenza, pudor e incluso, por qué no decirlo, asco, que nuestros políticos y representantes públicos mantengan más esfuerzos activos en alimentar a periodistas, investigadores, rastreadores y ‘metomentodos’ con tal de buscar basuras dialécticas, reuniones privadas del pasado, párrafos presuntamente plagiados en másteres y doctorados, cremas robadas en supermercados… que en trabajar. En definitiva, ruido que impide que ejerzan las funciones para las que han sido elegidos con el debido respeto y diligencia de los españolitos de a pie.

¡Basta ya! Creo que no es sano ni para las Administraciones, ni para la gestión de nuestros recursos, ni para la función política, ni para los que por cierta responsabilidad personal y conciencia social deciden dedicar parte de su vida a este, cada vez más difícil mundillo, pero sobre todo para la ciudadanía. El hecho de que se malgaste el tiempo, se prime el titular efímero, que se olvida en horas y en el peor de los casos en días, en vez de arrimar el hombro, se está convirtiendo en una tendencia de dudosa legitimidad. Es tedioso ver tanto debate estéril, observar tanto Sálvame en el hemiciclo y sus comisiones, en las tertulias políticas, en los debates, en declaraciones… Asquea y cansa y eso lo que provoca es que los ciudadanos se alejen, cada vez más, de esta política del espectáculo.

Los representantes públicos están, o deberían, para gestionar, para legislar, para intentar sacar el máximo rendimiento a sus programas electorales, para salvaguardar, proteger y mejorar los servicios públicos y para buscar fórmulas a los escollos tanto ordinarios como extraordinarios que afectan a la ciudadanía. Pero no, parece que todo eso ha pasado a un segundo plano porque, unos no aceptan que las herramientas democráticas están para utilizarlas, y otros porque parece que no terminan de creerse que al haberlas usado tienen que ser determinantes y contundentes.

Igualmente, el multicolor del arco parlamentario debería ser un fiel reflejo de la diversidad social que convive en las calles de nuestro país y no una amalgama de ideas confusas, contrarias, enfrentadas y desvaídas. Se supone que si hemos dado el beneplácito a ese arcoíris, que parece asemejarse más a éste por el hecho de ser un espejismo que por la diversidad metafórica que representa, es para que consensuen con lógica, anteponiendo los intereses comunes más que el de mantener un sillón, o mantener el sillón para acallar lo que es inevitable y justo que se dé a conocer. Aunque me consta que muchos escaños están cargados de buen trabajo y esfuerzo.

Todas estas razones hacen que los útiles, los llamados por el privilegio de la democracia a solucionar los problemas comunes y los asignados a descolgar los teléfonos tras el marcaje de teclas del conjunto de la sociedad, hagan de la inutilidad su principal arma. Cansa, aburre, adormece y no satisface a un electorado cada vez más ávido de conocer la última frase fuera de contexto, el último viaje en helicóptero del presidente, la ocurrencia de una oposición voraz y resentida, la incompetencia de los órganos internos de las Cortes Generales hasta ahora desconocidos. Además, todo viene ocurriendo mientras esperamos unos Presupuestos justos, mientras ansiamos la derogación de la Reforma Laboral, mientras tenemos esperanzas de que se haga efectivo el objetivo de déficit y el techo de gasto, mientras efendemos que se aumenten las partidas en sanidad, educación, dependencia o en la lucha contra la violencia de género, pero claro a algunos la rabia les puede a la responsabilidad y otros se pierden en la suma de apoyos y en buscar atajos que, a veces, los llevan de nuevo al principio. Los útiles, además de usar la inutilidad, parecen haber perdido, definitivamente, el sentido de Estado y no separan la A de la B a pesar de los pesares.

Licenciado en Periodismo, cursó el Ciclo de Grado Superior de Producción Audiovisual, para terminar su formación académica en la especialidad de Periodismo Institucional y Político. Aunque ha trabajado...