Pobre turista el que acuda a Sevilla por primera vez en estos días. Le habrán hablado de la majestuosidad de la Plaza Nueva con la estatua de San Fernando, de la belleza de la fachada plateresca del Ayuntamiento, de la amplitud y ambiente de la Alameda, de las perspectivas al contemplar las Setas desde cualquiera de sus ángulos, de las amplias plazas de Sevilla. Y casi nada de eso podrá contemplar.

Tiovivos y camellos (de joroba) en la Alameda, puestos de buñuelos y trenecito de playa en la Encarnación, canastas en la Plaza de San Francisco, tenderetes de la Feria del Belén, con mula y buey, en el Triunfo, y la Feria del Libro Antiguo en la Plaza Nueva.

Cincuenta y dos semanas tiene el año, pero hay que concentrarlo todo en las mismas fechas, ocupando a la vez las grandes plazas de la ciudad. Mucho presumir del sentido del gusto y de la estética sevillana, pero lo de la Alameda y las Setas, por momentos, parece más digno de la calle del infierno de cualquier Feria que del centro histórico de una gran ciudad.

Las arcas del Ayuntamiento, que están más caninas que un vegetariano de matanza, estarán haciendo su Agosto particular con el alquiler de estos espacios, aprovechando en buena medida, aquellas peatonalizaciones que iban a matar al centro y su comercio. Por ahora, lo único que han matado, ha sido al Metrocentro, que algún día ha tenido que suspender su trayecto en la Avenida por la gran acumulación de personas. Esto también es la herencia recibida.

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