La gata sobre el tejado de zinc /SA
La gata sobre el tejado de zinc /SA

En Sotogrande uno encuentra el deporte más bello del mundo y las reflexiones más profundas. La comunión entre caballo y jinete es perfecta, admirable, increíble hasta parecer mentira. Mientras se atiende al partido un caballero -no tan joven pero tampoco tan mayor para preguntar algo así- cuestiona, ‘¿y a usted le gustaría vivir aquí?’, a lo que no queda mas remedio que responder ‘preferiré morir aquí. Será infinitamente más barato que una vida aquí’. Con esto no hace alguien mas que reafirmarse en la idea de no mostrar arraigo a los lugares en los que es feliz. Los lugares cambian y ganan otro sentido con el paso de los años, y al soltar amarras y recoger el ancla es cuando una parte de nosotros queda en el aire.

Así, los pecados por mor de la felicidad quedan expiados en la mirada fija en el horizonte lejano. Los de la felicidad y los terrenales, los errores, las malas acciones. Leía esta semana en Vanity Fair que hay nada mejor que estirar la pata para revalorizar una carrera artística. En la adolescencia poca cuenta se pone en cosas que al cabo de los años acaban siendo importantes y entonces eran accesorias. Con 17 años leí una biografía sobre las hermanas Brontë que con la perspectiva de la edad he entendido y admirado. Charlotte y Emily Brontë vivían para leer y escribir bajo el martillo metodista del padre. A día de hoy, no paro de imaginarlas escribiendo en la soledad de la campiña inglesa. Inocentes, con esperanza por encontrar sitio en la soledad de la sociedad de su tiempo, pero sin esperanza de de ser reconocidas.

Como pragmático, es obligado huir de ciertos gurús que se erigen en expertos sobre la mente femenina, pues cualquiera que diga que tiene un libro de instrucciones que diseccione el espíritu femenino miente. Charlotte Brontë se adelantó y escribió Jane Eyre, publicándola de forma anónima, sentando las bases del estudio de los sentimientos. Desde la biografía de las hermanas Brontë, he leído tres veces Jane Eyre y siempre con el mismo ánimo: como si leyera la autobiografía de la mismísima Charlotte Brontë. La última de ellas fue el año pasado, cuando encontré una edición de lujo en la que Rochester y Eyre departen en la portada y contraportada como si fueran una sombra siempre presente aún con el paso del tiempo.

Las hermanas Brontë murieron con poco reconocimiento, por lo que la muerte no relanzó o dignificó su figura de una forma inmediata, no obstante Jane Eyre o la antología que juntas publicaron no tendrían que haber necesitado de anonimatos previos  para ser reconocidas en su tiempo, cuando a la sociedad inglesa le olía la mano más a fusta que a lavanda. De todas las carcajadas eternas, la de Karen Blixen es la que más retumba hoy, sobre todo en los académicos suecos que conceden el Nobel, quienes purgan hoy los pecados del pasado. Blixen se quedó sin su Nobel y la Academia tuvo que bajar la cabeza y pedir disculpas por no haber reconocido antes a la escritora. De todo saca uno la lección, intención y deseo de haber vivido todas esas vidas, de haber padecido todos esos desprecios, aunque también se desea haber vivido una noche en aquél Estoril de la Segunda Guerra Mundial siendo espía inglés y gastar un good news champane con una guapa espía que traicione al amanecer, como escribía Ian Flemming, como vivió Fleming. Al amanecer, cuando más duele y el cielo tiene de recuerdo ese color de flores del atardecer.

La muerte no sólo relanza carreras, también hace parecer una anécdota los desprecios sufridos en vida. Velázquez lo sabe bien. Un Rolling Stone de su época que sentado en una taberna no hubiera sabido si hablar sobre las enfermedades que su médico le decía que había que paliar o sobre los abrazafarolas que constantemente le denostaban. La sombra del monstruo de la naturaleza que es tiene tal magnitud que tapa las vergüenzas de quienes trataron de impedir que no fuera lo que hoy es.

La vida tiene una puerta a la que, llegada la noche, no hay que echarle la llave,  pues nunca se sabe quién o qué cosas buenas depara la oscuridad después de todas las heridas del día. Al final, lo único que contará serán los golpes y como se van encajando, lo convulso de la belleza y el reflejo de esta en nuestras vidas. Entonces podremos pensar saltar desde el tejado y plantearnos lo que se preguntaba Anthony Hopkins camino a lo inevitable, ¿Debo tener miedo?.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...