Hace poco un taxista de una turística ciudad me comentó que no distinguía entre gilipollas o gente loca. Mi sorpresa, junto a mi sonrisa escéptica ante el comentario, no le frenó ni le cortó un atisbo. Se refería a la multitudes de transeúntes que van hablando con su teléfono móvil y sus auriculares inalámbricos imperceptibles, vociferando y publicando su conversación como un predicador de Hyde Park Corner en sus mejores momentos.

Come, listen to my plaintive ditty,

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Natural de Sevilla; en la Rábita, el mar me bautizó; aprendí a caminar y hacer travesuras como cazallero; en Dos Hermanas la escuela me dio alas, la Hispalense un motor; luego en México, bravura y...