Siempre que atisbo Cataluña en el horizonte mediático se me vienen los manuales de Historia a la cabeza. No sé si será deformación profesional o afición a las analogías, pero Cataluña siempre me recuerda a otros errores de nuestra nación en el pasado.

La Historia de España está llena de ejemplos, unos más cercanos y otros más lejanos, de errores a la hora de afrontar los problemas del independentismo, el segregacionismo o el nacionalismo regionalista. Desde Flandes hasta Cuba, los pueblos que se alzaron contra la tiranía de Madrid encontraron por respuesta una andanada de artillería en lugar de una mesa donde dialogar.

Los tiempos han cambiado, no así la tozudez de nuestros gobernantes. Aunque ya no saquemos los rifles a relucir ante la consulta soberanista, el Gobierno de España ha decidido parapetarse tras la legalidad de una Constitución a la que recurren solo cuando les conviene. Ésta vez se suman también las pocas ganas de diálogo de los gobernantes catalanes, a los que la situación de tensión les resulta de lo más cómoda.

Y es que Rajoy y los que actúan de forma tan inepta como él dan al nacionalismo catalán más adeptos que las bravuconadas del belicoso Artur Mas. Lo de Cataluña no es un ferviente deseo de escapar del yugo de España (yugo que no existe), sino un grito de auxilio, una llamada para que se solucionen problemas fundamentales. El asunto catalán no es más que una discusión familiar entre padres e hijos a la que algunos le han querido dar el aura de guerra de independencia “ante los abusos cometidos”.

No se engañen, en Cataluña no hay tantos independentistas, o al menos no los había. Tirando de Historia, la Cataluña de hoy me recuerda a la Cuba del siglo XIX, que se nos fue de tanto maltratarla. Muchos de los cubanos no querían el extremo de la independencia, pero la España de la época los ahogó de tal manera, que no les quedó otra vía que coger el machete y cargar contra las maltrechas tropas coloniales.

Salvando las distancias, en Cataluña hoy pasa algo parecido. Muchos catalanes no quieren la independencia, sin embargo, necesitan soluciones a múltiples problemas que el Gobierno de España no quiere ni pararse a negociar. Y, dicho sea de paso, soluciones que el gobierno catalán tampoco está por discutir. En este sentido, Artur Mas y los independentistas son los alumnos aventajados de la clase: han entendido que mantener la crispación entre Cataluña y España juega a su favor.

Y son los líderes de Madrid, del todo ineptos y bastante tozudos, los que van a suspender ésta asignatura. Siéntense en una mesa, cedan las cuotas de poder necesarias para la armonía, den un giro a la situación por donde menos lo esperan los nacionalistas: por la vía del diálogo. Sino, hartos de esperar el diálogo, los catalanes no nacionalistas abrazarán la independencia como se abraza un clavo ardiendo.

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