La obsesión enfermiza del Reino Unido para categorizar a las personas por el anacrónico término de raza es repulsiva a un nivel insoportable. Los argumentos dados para mantener este principio son absurdos y si se desgranan, más allá de una simple respuesta boba, la conclusión es perentoria, se basan en la supremacía blanca.

Cualquiera de las personas que hayan participado en el estrepitoso mundo de la burocracia británica habrá leído la casilla de raza. Aunque a día de hoy  se pueden seleccionar tres respuestas no definitorias tales como: desconocida, no definida y no lo quiero decir. Sigue siendo parte de la discriminación en auge desde el referéndum del 2016. En su día ya hablamos de ello.

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Natural de Sevilla; en la Rábita, el mar me bautizó; aprendí a caminar y hacer travesuras como cazallero; en Dos Hermanas la escuela me dio alas, la Hispalense un motor; luego en México, bravura y...