En los tiempos en los que vivimos, cualidades como la bondad han sido denostadas a niveles estratosféricos. Sin embargo, es una actitud ante la vida que admiro profundamente. Pienso que alguien bueno debe ser visto como en el poema de Antonio Machado: en el buen sentido de la palabra, bueno. Bueno en la generosidad con los que siente como suyos, solidario con su alrededor y con una capacidad desaforada para amar. 

Creo, sin la menor duda, que mi abuelo Pepe reunía todos esos elementos vertebradores de un hombre bueno. Por cómo de honda fue su pérdida, me pasé todo este año reflexionando sobre qué extrañaba de él y qué me falta desde entonces. El instinto inicial sería la añoranza de la piel, de las caricias y los abrazos que sólo un abuelo sabe dar. Aún así, y pese a que daría mi reino por ello, no es eso lo que más echo de menos de él. Realmente, lo que día tras día me pesa es echar en falta su conversación. Una conversación que combinaba desde anécdotas infinitas y fascinantes, hasta un estadio único de intimidad y confianza. Tuvimos la suerte de compartir miedos e ilusiones, así como confesiones de un gran peso emocional para ambos. Desde que tengo uso de razón, hemos mantenido una conversación que la muerte ha roto bruscamente -diría Gabo-. Así que sí, lo que más echo de menos es esa conversación interrumpida.

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Andar y contar es mi oficio. En Twitter @daniperezweb_