Entras a la casa a través de las cortinas de metal y ahí están: las manos diminutas amasando una bolita de carne de puchero y no sabes qué mágicos ingredientes más, una bolita alargada y perfecta, técnica milenaria. Te preguntas cuántas veces habrán hecho lo mismo, esas manos, lo mismo una y otra vez: amasar croquetas, hacer bizcocho de limón, potajes de tagarninas, puchero; limpiar el suelo y los techos, remendar pantalones, arreglar el patio, dejar las macetas perfectas. Sigue amasando la croqueta, la sonrisa de dientes postizos: ¿cómo lo haces abuela? ¿cómo te quedan tan bien? Te invade la certeza de que nunca comerás unas igual. Pues se hacen así y así, ¿no me ves niña? Es muy fácil, muy fácil. Y la montaña de pequeñas delicias, todas idénticas, sigue creciendo.

No sabes si este recuerdo es real, parte de un sueño, o una mezcla de tus propias vivencias con ese toque de ficción idealizada que siempre añade la memoria. Quizá tu abuela amasaba las croquetas en la cocina y no en la mesa del comedor, quizá no le quedaban tan redonditas y perfectas, quizá ese día no lo hacía con una sonrisa. Quizá, y solo quizá, ni siquiera te acercaste y solo la mirabas, de refilón, cuando corrías por el patio jugando con tus primos. La inconsciencia de la infancia. Aquello era un suceso más de la rutina, que tu abuela os diera bizcocho para llevar o fiambreras llenas de potajes. Ella era eso: Abuela. Abuela con mayúscula, su nombre propio. Pero Abuela también era Madre, Hermana, Tía, Sobrina, Hija, Mujer, Amante, Amiga, todos esos nombres tantas veces olvidados. ¿Quién era tu abuela, además de ser Abuela?

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Periodista andaluza con el ojo puesto en la cotidianidad, la juventud, la mujer y los cambios sociales. Antes en Paraninfo, Creando Conciencia y TUSSAM. Aprendiendo siempre. En Twitter: @_martinagalan