Estás en el patio del recreo, tienes quince años, las uñas mordidas y la sonrisa dibujada porque estás estrenando la camiseta esa de Vans que tanto tiempo llevas esperando. Hablas con tus amigas y se te acerca, los dientes blanquísimos, el pelo color zanahoria, la frase con la que empieza todo: me gusta tu camiseta, qué bonita es.

Llamadas clandestinas en mitad de la noche, las mariposas devorándolo todo; primeros besos en el camino lleno de hojas crujientes y albero cerca de tu casa. Eres muy guapa, me gustas, te quiero, te doy besos, mordiscos, estamos jugando, solo somos niños. Hasta que llegan los comentarios como a cuentagotas —tienes los brazos más gordos, esa ropa no te sienta bien, ¿qué te has hecho hoy en el pelo?—, hasta que los mordiscos son tan fuertes que te duele la lengua, hasta que te miras delante del espejo y sientes que tu cuerpo es una masa que no sientes propia.

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Periodista andaluza con el ojo puesto en la cotidianidad, la juventud, la mujer y los cambios sociales. Antes en Paraninfo, Creando Conciencia y TUSSAM. Aprendiendo siempre. En Twitter: @_martinagalan