Lo que todavía algunos tachan de revueltas parece no ser si no el inicio de una nueva revolución. Se esperaba y no se quería, pero ha llegado.

Belén Zurbano Berenguer. En los días que corren, los movimientos contra lo impuesto no gozan de buena reputación. En Occidente, porque a todo lo metemos en el llamado saco ‘antisistema’ y sospechosamente, en todos los casos aparecen vínculos con el terrorismo por lo que la crucifixión social y judicial es cómoda e inmediata.

Con la revolución de Túnez y ahora de Egipto no son pocos los apocalípticos que ven en estos levantamientos populares la mano negra del Poder (el nuestro, el del sistema de libre mercado que todo lo corrompe). Dicen que los pueblos tunecino y egipcio no se ha levantado, sino que están siendo dirigidos por ‘otros’ a los que interesa tomar el control de sus recursos. También que el país –da igual de cual hablen- no va a ser libre sino que pasará a satisfacer los designios capitalistas del mercado.  Y siempre se recurre a ejemplos como el de Irán: “de Guatemala a Guatepeor”.

La reflexión que suscitan estos comentarios a quienes nos creemos partidarios de la total autonomía de los pueblos para la toma de decisiones no es baladí. Por un lado, los procesos revolucionarios de los pueblos deben ser sólo por ellos promovidos y legitimados. Sobran interpretaciones conspiranoicas que perpetúen un sistema que los que padecen no consideran ya válido. Pero, por otro, ¿hasta qué punto es cuestionable la actuación/ no actuación de los pueblos vecinos?

Muchos nos quejamos de la impasibilidad con la que la comunidad internacional dejó que Franco y cía. destruyeran el sistema de derecho y las vidas de España y de muchos españoles pero ahora fruncimos el ceño si alguien cuestiona un proceso de derogación del poder. Efectivamente a nadie se le escapa que el proceso que están llevando a cabo tunecinos y egipcios no es el de imponer una dictadura sino el de zafarse de una, pero, ¿en qué lugar nos deja a los espectadores?

Hoy ya no existe ese ‘de puertas para adentro’ e igual que invadimos Irak ahora todo miramos a ese ‘tapón del fundamentalismo’ que constituía Egipto. La pregunta casi moral que tenemos que resolver no es fácil. ¿Estaría legitimada una intervención? ¿En aras a propiciar una transición democrática? ¿Para aupar a un líder amigable para Occidente? ¿O no hacer nada mientras Mubarak sigue permitiendo la muerte de civiles y soltando presos de las cárceles? Una vez más, y ahora, ¿qué?

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