Desde estas líneas con las que tengo el privilegio de poder expresarme cada lunes me gustaría hacer llegar mi más profundo respeto y reconocimiento a todos los tunecinos que con su valor y decisión han dicho basta a la opresión.

Belén Zurbano Berenguer. La crisis económica está afectando sobre todo a los regímenes menos democráticos que pueden –no depende su ostentosa supervivencia de los miserables votos, símbolos putrefactos de en qué se ha convertido la democracia– recortar en gastos sociales todo lo que quieren. Pueden incluso patearle el culo –literalmente (http://www.publico.es/internacional/357536/las-victimas-del-clan-trabelsi-reclaman-justicia-en-tunez)- a un trabajador o no desalojar una vivienda ya pagada porque, simplemente, su habitante pertenece al clan en el poder.

Pero el hambre desespera. A esa especie de pachorra africana que explica años y años de falta de libertades se le ha acabado la pila. El hambre y la desesperación han activado el resorte de la ira. Ya lo decía con un exceso de sinceridad poco común en esas esferas el egipcio Amr Musa, secretario general de la Liga Árabe, en una cumbre de dirigentes regionales: “Los ciudadanos árabes se encuentran en estado de cólera y frustración sin precedentes”. Es que pasar hambre mientras ves con tus propios ojos cómo el de enfrente nada en la abundancia un día, y otro, y otro… era una sinrazón que tenía los días contados. Y que, por cierto, no deja en buen lugar a la inteligencia de quien permitió que tan nefasta realidad se dilatase.

Para el pueblo tunecino ha llegado su hora. También para los corruptos en el poder que tan poco han sufrido en sus carnes la impotencia de la sempiterna telaraña en el monedero y la imposibilidad de alcanzar un puesto de trabajo. Y el resto de países en la órbita del autoritarismo tiemblan. No es para menos. Ya empiezan a quemarse a lo bonzo parados en Marruecos, Argelia, Mauritania… y ahora, ¿qué piensan hacer? No todo en esta vida es robar a los pobres.

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