Hace un par de semanas escribí sobre las guerras necesarias y me quedé a medias. Me inundó el terror y la rabia propias de ponerme en el lugar de una embarazada acribillada a tiros por los militares ante lo extraño de la velocidad que llevaba el coche. Iban al hospital.

Belén Zurbano Berenguer. En esa ocasión no pude desprenderme de esa empatía que, si bien puede producirse con cualquier ser humano, se produjo de hecho cuando pensé, sentí de modo irracional, que aquella mujer podía haber sido yo. Y aunque ya apunté la idea me quedé corta.

Aquella vez me preguntaba sobre cómo puede “occidente” –que ha ampliado su significado a “los más poderosos” desde el momento en que Rusia se hizo hueco en el concepto- pretender, a la luz de las barbaries destapadas en aquel momento (ver: Wikileaks), legislar sobre la producción y tenencia de armas de destrucción masiva. En qué legitimidad se basa ese concepto etéreo llamado “comunidad internacional” para exigir a unos que no tengan lo que otros si poseen. Y que tanto daño hace.

Por una cuestión de simple lógica y ética igualitaria imperante –igualitaria en el sentido que conocemos de un hombre un voto, no más allá de las fronteras de lo políticamente correcto, lo público- no hay argumentación que lo sustente. Mientras algunos países investiguen armamentísticamente, posean uranio y lo enriquezcan, comercien con armamento militar y, además, participen en guerras, jamás, nunca, gozarán de la suficiente autoridad moral como para decirle al vecino: eh, amigo, tú, TÚ, no.

¿Pero yo sí? Supongo que profesores y padres –por el afán pedagogizador que les presupongo- deben entender mi pasmo conceptual: ¿por qué él sí y yo no? ¿yo no mato? ¿yo hago esculturas con los misiles? ¿yo no violo? ¿acaso cuando yo intervengo en su, SU, guerra, no disparo contra personas? ¿mis soldados presos de pánico –no se lo reprocho, pero jamás hubiera hecho por estar en su pellejo- no disparan equivocadamente contra civiles?

¿Cómo es que unos pueden tener determinadas armas y otros sólo pueden quedarse mirando cómo el vecino –que puede devenir en enemigo en cualquier momento- las fabrica? Somos muy hipócritas cuando aludimos a las consecuencias del armamento militar y nuclear ajeno pero dormimos con nuestro uranio bajo la almohada.

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