Esos ojos, que no son los míos, son los ojos de los niños africanos. Que se abren como platos cuando ven lo que ellos llaman un “tubap”, o sea, un blanquito. Y en esos ojos, que esconden sueños de dorados inalcanzables, se halla recluido el progreso del pueblo senegalés.

Belén Zurbano/Senegal. Ésta no va a ser una columna ácida ni feroz, sino sosegada al tiempo del “tempo” africano, calmada con el ritmo que el calor y la humedad del ambiente imponen. Este es un texto que dedico a mis vivencias aquí, ya que apenas tengo tiempo de ordenarlas en mi cabeza. Todo se vuelve un cúmulo de imágenes demasiado intensas mezcladas con olor a aguas estancadas y el brillo de los colores más bonitos del mundo entero.

Los árboles son más verdes que en ningún otro lado y la hierba crece más alta; maíz, arroz, menta salvaje, se entremezclan ante los ojos de los “tubap” anonadados que miran desde el coche. Aliou es tan largo que apenas si cabe dentro del vehículo, es el mejor conductor del mundo y pertenece a la etnia peul. Le gusta la música y a mi viajar con él. Los niños que caminan descalzos con latas han sido entregados a los llamados “murabies” y mendigan en las calles. La religión lo puede todo. Las mujeres andan con  trajes preciosos y muchos adornos todo el día de arriba abajo. No se me ocurre con qué pueden lavar la ropa ni cómo. También trabajan en la radio y hablan de la “parité”. Los animales son muy listos aquí y cuando escuchan un auto, se apartan volando de la carretera. Los senegaleses son personas muy educadas y siempre te reciben con los brazos abiertos y, a pesar de no tener ni sillas dónde sentarse ellos, te ofrecen un vaso de té. Y me gusta, me gusta mucho.

Cuando vuelva, cuando deje de tener barro hasta en las pestañas y se me olvide lo que brillan los dientes blancos de los negros, cuando sólo me quedé “le vrai thé et pas le Lipton” que pienso acheter aquí, entonces, ordenaré bien, cual “tubap” con posibilidad de hacerlo, todas mis vivencias. Y contaré cómo cuando dicen que no tienen recursos, es que no los tienen, cómo saben aprovechar lo poco que consiguen o se les ofrece, cómo las mujeres participan de la vida social y política, lo que trabajan los niños aquí, la falta de formación de las gentes y lo sucias, lo escandalosamente sucias que están las calles. Hilaré un discurso coherente sobre la profundidad de una mirada senegalesa o cómo te sientes cuando media aldea se amontonan frente a tu coche solo para ofrecerte su mano. Algún día, volveré a ser occidental, hoy, prefiero salir a pelearme con los mosquitos portadores de malaria y comer lo-que-sea-con-arroz, por una mirada, una mirada de un niño senegalés.

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