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Varias imágenes han recorrido nuestras pantallas aderezando la fiesta de los Sanfermines con la impronta de mujeres semidesnudas rodeadas de una turba de hombres que las manosean e intentan desnudarlas por completo. Una mita de mi cerebro se concentra en la imagen, la otra, funciona también a pleno rendimiento pero en otro sentido: ¿igualdad?, me pregunto.

 

Belén Zurbano Berenguer. 

No son pocas las conversaciones que he de mantener en mi día a día sobre la supuesta igualdad que ha alcanzado la sociedad española (“a pesar del ruido de las femi-listas”; léase con ironía, claro) o lo desgraciados que son los hombres sometidos por las mujeres (¡pobres!) sin que se hable más que de violencia de género. Sin embargo, poco oigo sobre estas imágenes de mujeres manoseadas públicamente, frente a los ojos de todos (y lo importante aquí no es el acto de voyeurismo si no la no ayuda prestada) y con un importante beneplácito social. Que no personal, ojo, ahora tenemos que andarnos con extrema precaución: genial si una mujer quiere desnudarse y dejarse acariciar por uno o cientos de hombres, en privado o en público. No radica ahí ni mucho menos el problema, no se trata de discursos neopaternalistas sobre la falsa mujer-niña ni de machismo encubierto ni de pensar que la otra no sabía lo que hacía.

En absoluto. Se trata de dos cuestiones de base. A saber: capacidad para decidir los límites de la actuación del otro (que una mujer se quite la camiseta no es una invitación automática a magrearle los senos) y seguridad sobre la propia integridad pública en cualquiera que sea tu decisión (lo que implica que nadie tire de tus pantalones ni te arranque el sujetador). Bajando al terreno mortal: que ver a un hombre o a una mujer por la calle exhibiendo parte de su cuerpo (la parte que quiera) no da derecho a los que se sientan atraídos por ella a tocarla o besarla y, en segundo lugar, que la persona que decida hacerlo, exhibirse, desnudarse, disfrutar en pelota picada, va a tener completa seguridad sobre su propia cuerpo tal y como si llevase una sotana de cabeza a pies

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Lejos de moralinas sobre la necesidad/diversión de desnudarse en público me preocupa que no son uno ni dos los hombres que desnudan y manosean, son decenas y decenas en cada una de las imágenes en las que no veo el disfrute y el regocijo de las mujeres. No atisbo ese matiz de liberación y rebeldía, no las veo desnudarse, veo cómo las desnudan. Y no he visto jamás que hombres a hombros de otros con el torso descubierto sean de tal forma increpados por turbas de mujeres con los ojos saliéndose de las órbitas y manos esperanzadas surcando pantalones. ¿Sea quizá frigidez, que dicen algunos?

Y la sempiterna duda: ¿todo fue “obediencia debida” o tenemos a tanto animal suelto en España? ¿esos hombres de la imagen, actuaron porque estaban allí y todos lo hacían o porque realmente querían hacerlo y sentían que aquello, sencillamente, no estaba mal? ¿cuánto miedo he de sentir a partir de ahora cuando salga a la calle? ¿cuánto tengo que tapar mis tetas?

 

Reflexiones interesantes sobre este asunto:

http://blogs.publico.es/jesus-moreno-abad/2013/07/12/asco-en-el-tahrir-pamplonica/

http://www.pikaramagazine.com/2013/07/san-fermin-san-quintin-y-la-revolucion-del-santoral/

http://atravesespejoalicia.blogspot.com.es/2013/07/san-fermin-san-quintin-y-la-revolucion.html

 

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