Año 1970. Se está edificando lo que a posteriori sería el sevillano barrio del Parque Alcosa. Una vez acabado y siendo ya habitado, los vecinos piden una Iglesia. Aunque estaba prevista una gran parroquia, el alcalde manda construir una pequeña iglesia provisional mientras se edifica la gran Parroquia de los Desamparados.

Esta iglesia estuvo en activo poco tiempo, pues la parroquia, en menos de dos años, ya estaba finalizada. En 1992, el pequeño edificio es remodelado para ser alquilado para algún tipo de negocio, montándose un pequeño bar y un polvero que acabará trabajando el hijo del dueño, un muchacho de unos 20 años.

Para que sus jornadas de trabajo fueran más amenas, éste invitaba a sus amigos al local a modo de sede de la pandilla. Todo va bien hasta que tienen la mala idea de ‘jugar’ a ese mal llamado juego de la ouija dentro del polvero.

Invocan al espíritu del familiar fallecido de uno de ellos, pero el que les habla a través del tablero se hace llamar H-12, que asegura ser un demonio, y lentamente les explica que los demonios no tienen nombre y que se identifican con una especie de código de tres caracteres.

Van pasando los días y el ‘juego’ se torna en obsesión, ya que todas las tardes ‘juegan’ un rato a la ouija, intentando siempre invocar a diferentes entidades sin éxito, pues siempre les hablaba H-12. Una de esas tardes, uno de los chicos asegura haber soñado con aquel supuesto demonio y que, en el sueño, éste le decía que la tabla estaba mal escrita, que estaba al revés. Es decir, el sí era el no y viceversa. Así pues, esa misma tarde en su ‘juego’ hacen caso de este muchacho y, cuando la respuesta era positiva, ellos la tomaban como negativa. Es decir, un caos que acabaría mal.

Parece ser que este hecho enfada a la entidad y, a partir de ese momento, empiezan a suceder fenómenos inexplicables en aquella vieja iglesia convertida en polvero. Todas las personas que pusieron el dedo en el vaso en aquella sesión de ouija aseguraban ver a un ser en una de las esquinas del local. Las demás no veían nada. Aseguraban que era una silueta transparente oscura a la que le llegaban los brazos hasta el suelo y que tenía humo en lugar de piernas, sin un rostro definido.

Una mañana, el muchacho que regentaba el polvero abre la puerta como cada día para empezar su jornada laboral y se encuentra con varios sacos de yeso rotos y huellas humanas descalzas por todas partes. Primeramente pensó en un robo, pero cae en la cuenta de que no han forzado la cerradura y no se han llevado nada, sólo varios sacos rotos.

A pesar de todo, los muchachos no cesan en seguir ‘jugando’ y el número de fenómenos se incrementa y se endurece. El fenómeno se transforma en agresivo. Un ladrillo impacta en la cabeza de uno de los chicos como si una mano invisible lo hubiese lanzado a unos cuatro metros. Afortunadamente no hubo que lamentar lesiones graves, salvo un chichón y un buen susto.

El muchacho que regenta el polvero tiene la pésima idea de combatir el fuego con gasolina. Un conocido suyo le presenta a un chaval que asegura que puede echar a aquel supuesto demonio de aquella vieja iglesia. Al día siguiente, el ‘experto’ llega al polvero con una serie de utensilios extraños portando en sus manos un libro que asegura que es el necronomicón. El ‘experto’ hace sentarse a los implicados en el suelo formando un círculo limitado con sal, todo ello a puerta cerrada y con los amigos no implicados en la ouija esperando fuera.

Dando golpes a un bidón cada diez segundos aproximadamente, con una especie de garrote supuestamente de roble mientras hablaba en latín, los implicados atónitos siguen sentados, pero el miedo comienza a apoderarse de ellos. Uno a uno se van desmayando sin causas aparentes y recobrando la consciencia al poco tiempo. Mientras tanto, los amigos no implicados que esperaban fuera aseguran que, mientras duró aquella ceremonia, una gran aura negra parecía emanar del edificio. Uno de los no implicados tuvo que ser llevado urgencias por ataques de ansiedad

Una vez finalizado, aquella entidad seguía en el mismo sitio. No había servido de nada. A los pocos días decidieron romper la tabla y tirarla detrás del polvero. Al día siguiente, la tabla estaba como nueva, sin un rasguño. Finalmente fue quemada y nunca más se supo de ella. Al quemarla, aquella entidad desapareció para siempre.

El polvero quebró y tuvo que cerrar. A los implicados tampoco les fue muy bien. Algunos cayeron en la droga incluso llegando a ingresar en prisión. Otros sufrieron malos tratos por parte de sus padres, algo impensable meses antes.

Hoy en día, aquel local es un taller de coches. ¿Seguirán produciéndose fenómenos? ¿Quién era H12? ¿Alguien se atreve a investigar allí?