La mayoría de los sevillanos ha tenido la necesidad de visitar por diversos motivos el Policlínico del Macarena, ese edificio de tres plantas dedicado a consultas especializadas. Pero no toda esa mayoría sabe que cuando el manto de la apremiante noche cae en nuestra bella ciudad y las puertas de este edificio se cierran al sevillano, en sus estancias permanece ‘algo’ que perturba a todo aquel que interrumpe la tranquilidad de este edificio.

En este edificio, anteriormente las limpiadoras hacían su trabajo cuando el edificio cerraba. Extrañamente, éstas un buen día se niegan a hacerlo y, a día de hoy, lo hacen cuando el edificio aun está abierto. Las únicas personas que pueden acceder al recinto son las que conforman el personal de seguridad. El protagonista del siguiente testimonio, es un vigilante de seguridad recién llegado a la empresa y que se enfrentaba a su primera noche de trabajo, una noche que nunca olvidará.

Entre otras las actividades del vigilante está la de comprobar que todas las puertas del lugar están cerradas con llave y, si no lo están, cerrarlas. Algo muy simple, ¿verdad? El vigilante, al que llamaremos José, ya estaba escuchando algunos comentarios de compañeros más veteranos: “Vaya lo que te espera esta noche”, “no vayas a salir corriendo”… y un largo etcétera. Pero José se lo toma todo a broma, mientras el momento de entrar a su trabajo llega.

José entra en el recinto y comienza, como es obvio, por la planta baja, continuando con la primera planta. Todo va muy bien, sin ninguna novedad reseñable, pero al subir las escaleras de la segunda y última planta, nota un cambio de temperatura considerable. Hace más frío, pese a ser verano. No le da importancia alguna y lo atribuye al aire acondicionado.

Siguiendo con su labor, continúa comprobando puertas. Llega a un largo pasillo en forma de L, es decir, el pasillo acaba con un leve giro a la izquierda donde se encuentra la última consulta. Al llegar al final del pasillo, y habiendo comprobado que todas las puertas están cerradas con llave, llega inexorablemente a la última puerta. El pequeño giro es suficiente para perder de vista el pasillo que había dejado atrás. Al darse la vuelta, queda perplejo al observar que todas las puertas están abiertas de par en par y los extintores colocados en el suelo.

El horror se apodera de él, pero piensa que está siendo víctima de alguna broma a modo de novatada, hasta que cae en la cuenta de que es imposible que se abran todas las puertas con llave en apenas dos segundos que ha perdido de vista el pasillo. Horrorizado, sale corriendo del edificio en estado de shock, llorando, y se va a su casa jurando no volver nunca a este edificio.