Mientras el pasado jueves 24 de febrero miles de jóvenes se concentraban en Sevilla para beber y ‘faire la fête’ entusiasmados por el fin de exámenes y achispados por el alcohol, otros miles de jóvenes no muy lejos de ellos salían a las calles a enfrentarse a sus dictadores y quizá a encontrarse de cara con la muerte. Mientras unos cargan bolsas de plástico llenas de refrescos otros llevaban algún arma en el mejor de los casos y en todos, mucho valor.

Para regocijo de los críticos, hoy voy a hacer sin duda demagogia de la buena. Y sin pretender culpabilizar a nadie (somos hijos de nuestro tiempo y de la posibilidad de gastar lo que no ganamos qué se le va a hacer) no puedo dejar de plantearme las inmensas contradicciones de este mundo. Antes era igual pero no nos enterábamos, argumentarán algunos. Sí, pero no nos enterábamos y esa no es poca diferencia.

Mientras en una parte del mundo los jóvenes se levantan contra sus dictadores, contra toda la maquinaria del estado en la que han nacido, la que les ha oprimido y les niega condiciones de trabajo y vida dignos, en otra, los grupos de jóvenes se organizan para otros menesteres: “yo llevo ron”, “tu compra los hielos”, “nos vemos en la parada del bus”.

No deja de sorprenderme, como miembro de esa generación que hace cosas tan profundamente dispares al mismo tiempo en lugares no tan remotos, cómo los contextos no se tornan tampoco tan dispares. Exceptuando, claro, que aunque en Europa, sobre todo en el sur, el paro juvenil está a la orden del día y los treintañeros – ya no sólo los de por voluntad propia – siguen en casa de los padres trabajando para esa empresa que se llama paro, y manteniendo el poder adquisitivo que las ‘redes familiares’ les otorgan.

Que nadie se sienta escudriñado, juzgado u ofendido: yo misma he estado en varias fiestas de la primavera aunque por razones personales lleve años sin acudir a ellas (a ver, la rareza no se cura oiga), y no es esencialmente negativo querer divertirse, ni siquiera –desde mi punto de vista- beber o fumar un poco de ganja.

Sólo me pregunto si para que aquí exista ese cambio tan necesario y que parece que todos queremos, por lo menos de él hablamos todos los días en la barra del bar, vamos a tener que sentar a un Mubarak en el Congreso o vamos a dejar las arcas familiares al 0. Me preocupa pensar que ante situaciones desfavorables como las que se están viviendo en nuestro país hay gente aún lucrándose (La mayor empresa del mundo utiliza España como paraíso fiscal, El país, 27.02.2011) y gente celebrando que hayan terminado los exámenes, gastándose un dinero que no han ganado –no todos, eso es verdad- para celebrar algo tan ¿trivial? Si por lo menos fuera una botellona en pro de pueblo libio… pero que va.

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