Esta semana he tenido la oportunidad de fotografiar adornos típicamente navideños (flores de pascua, luces de colores, papa-noeles que se balancean sobre sí mismos agitando una campañilla que casi nunca suena) ataviada con una camiseta de tirantes y unas espectaculares chanclas de goma.

Belén Zurbano Berenguer. Cuando la situación lo requería –en el contexto académico no me quedaba más remedio- me enfundaba mis monísimas cuñas de piel rojas pero, en cuanto la ocasión lo permitía, corría hacia mi habitación a ponerme mis chanclas amarillas fosforito de 3 euros que me compré un verano y que, a pesar de tener el talón bastante desgastado ya, aún uso.

Normalmente, la navidad –en minúscula a propósito, me gusta al igual que a la propia RAE propinar mis propios puntapiés a la lengua española- me produce una gran nostalgia, ciertas dosis de tristeza y bastante mal humor. Para quien no tiene en nada que creer, esta fecha se convierte en un no muy halagüeño continuum de compras, colas, atascos, empujones, más compras, devoluciones, comidas, prisas, mucha más comida, reuniones sociales a punta pala y, sobre todo, un gran sablazo a la tarjeta/ tarjetas de crédito.

Aunque habrá que ver este año con la crisis, decimos siempre. “Quiá”, si llevamos varios igual y nada, sigue sucediéndose todo como de costumbre. La pena por los que no están, la rabia y la impotencia por los que se mueren de hambre mientras a otros nos va a explotar la tripa de tanto comer y las compras, siempre las compras.

O no. Porque este año a mi frío congénito le he dado esquinazo por unos días lo que me ha supuesto un gran alivio. Un congreso sobre comunicación en las Islas Canarias me ha dado la oportunidad de sacar los dedillos de los pies al sol y de activar las “hormonas del positivismo”. E hice propósito de enmienda a destiempo, como a mí me gusta: no compraré nada que no sea estrictamente necesario, comeré con moderación, no iré al centro de la ciudad ni a un centro comercial a no ser que sea causa de fuerza mayor y asistiré sólo a las cenas de navidad justamente imprescindibles.

Parecerá una frivolidad, pero haber comenzado estas fiestas andando sobre mis humildes chanclas de goma amarilla me ha hecho bien. Se lo recomiendo. Sobre todo, si conducen –sabios los guiris exiliados oye- a unas fantásticas playas de arena negra en la costa de Tenerife.

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