Uno se levanta temprano, con sueño, medio a oscuras y se toma el café. Quizá una ducha. El coche –o el bus- y atascos hasta el trabajo o centro de estudios. Ajetreo, mucho ruido, contactos fugaces. Prisa. De vuelta a casa hay que recordar la compra, la cena, las tareas acumuladas. Tal vez en la reunión que no ha salido bien o la que esperamos exitosa mañana. Siempre con un pensamiento en lo que ha pasado y el siguiente en lo que va a pasar.
Mucha gente en la ciudad se siente sola. Mucha gente tiene tiempo para nadie –que no sea sí mismo, las clases de gimnasio, la compra semanal, el trabajo, el máster, el…- pero lo saca luego para ir al psicólogo. Y la pregunta que cabe hacerse es siempre la misma, ¿hacia dónde vamos, vamos bien encaminados si no somos más felices sino al contrario?
Tanto en Cuéntame como en Tomates Verdes Fritos pueden apreciarse verdaderos sentimientos de comunidad, lazos entre personas que al fin y al cabo, son los que dan sentido a la existencia de uno mismo. Recuerdo fugazmente que alguien dijo una vez algo así como que el sentido de la vida en comunidad era la seguridad de estar dejando constancia de la vida propia. Que el ser humano lo necesitaba.
Lejos de valorar mi memoria en torno a lo que esa persona quisiera decir y cómo lo dijo, lo cierto es que a veces, no sabemos cómo se llama nuestro vecino de abajo. O no somos conscientes de que con nuestra verborrea incesante de teléfono móvil de última generación no nos damos la ocasión de conocer a señoras Threadgoode. A veces hace falta parar, apagar el teléfono, y mirar a nuestro alrededor para ver cuánto nos hemos perdido y recuperarlo a tiempo.
¿Cómo decías que se llamaba el conserje?