El ser humano siempre ha gestado profundos razonamientos, tanto para su justificación como para su condena, en torno a la guerra. Arte, según el estratega chino Sun Tzu, y siempre barbarie.

Belén Zurbano Berenguer. En los tiempos que corren, ponerse a favor de la guerra es casi un suicidio social, si es que “eso” –existe el Tea Party, oh my God- aún existe. Lo políticamente correcto es ser pacifista, antimilitarista y pro Derechos Humanos. Bien, partiendo de esa base puede entenderse el revuelo que se armó cuando a finales del año pasado Obama habló de las guerras justas.

Pero ahora yo me pregunto, tras lo que ya sabíamos –torturas, vejaciones, violaciones- pero que en los documentos se ha puesto sobre el papel, ¿qué legitimidad nos queda para negar las guerras justas? ¿somos capaces de justificar la inacción de un pueblo ante las balas de un soldado que muerto de miedo dispara a un coche que conduce con una embarazada dentro? ¿Con qué autoridad moral nos pensamos para mediar en las “disputas” ajenas, nosotros, que hacemos lo que hacemos y además lo silenciamos?

Ésta no es una reflexión que pueda –ni deba- hacerse en unas cuantas líneas y, desde luego, no tiene un principio y un final, habrían de repasarse cuantiosos aspectos: cómo se ha extrapolado el campo de batalla a la vida civil, cómo las más mínimas leyes de la guerra se han evaporado, cómo se utiliza el terrorismo de estado con impunidad, cómo permitimos los orgullosos y democráticos occidentales que no se nos cuenten las verdades de la guerra, cómo dormimos sabiendo –porque lo sabemos- lo que se hace con nuestro dinero. Aún así, en la actual sociedad internacional cabe preguntarse cómo todavía pretendemos legislar sobre quienes pueden o no pueden tener tales o cuales armas –de destrucción masiva o no masiva, poco importa ya-.

Si el ejemplo democrático es éste, el que los documentos han revelado e insisto, sabíamos, no me queda otra que compartir la lucha de otros pueblos para defenderse, hasta de nosotros. Y si el riesgo es que antes que defenderse puedan atacar, hemos de asumirlo también. Le llevamos lustros de ventaja en esa superioridad del que más tiene. A fin de cuentas no erró Obama cuando dijo que no importa cuán justificada esté una guerra porque es siempre una promesa de tragedia humana.  Pero, al menos, hagámosla en igualdad de condiciones, añado yo. Es difícil saber si existen realmente guerras justas, pero, de lo que no dudo, es de que hay guerras necesarias. Como la que empezaría ese marido, ese padre, esa hermana, esa amiga, de la mujer acribillada a balazos en su coche cuando se dirigía al hospital.

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