Hay gente que no sabe vivir. O comprar. O mentir. O comprar mintiendo. O comprar. O mentir. Que son inútiles para ambas cosas. La señora de Matas desde luego, avispada no debía ser, porque yo soy un ladronzuelo y la veo pagar la lechuga con semejante billetazo y me lo pienso muy mucho.

Belén Zurbano Berenguer. Lo de Matas no es sino otro síntoma poco disimulado de ese mal endémico español que arrastramos desde la guerra civil (¿quizá antes? corríjanme) y que se llama avaricia. Aún no se ha logrado discernir si va siempre acompañado de holgazanería y endurecimiento del rostro (lo que viene siendo en el argot popular “caradurismo”), pero parece que en el 95% de las ocasiones produce amnesia, incoherencia argumentativa y sobre todo, mucho sonrojo en los que rodean al infectado-afectado.

Vergüenza, es lo que falta en el país y un poco de pudor. Formando parte de los poderes públicos lo mínimo que se pide ya no es honestidad, sino al menos, conocimiento de causa. ¿Cómo se puede defender la compra del palacete por menos de la mitad de lo que dice Hacienda que vale? Pero, ¿y presentar esos movimientos en cuenta que ni nuestra sobrina adolescente?
Y el Partido Popular, al que le crecen corruptos como champiñones mire usted, venga a decir que es el futuro, que nos resuelve la crisis económica. ¡Que nos desvalijan hombre! Que en todas las casas se cuecen habas (Ciempozuelos, Burguillos, Seseña, no son el orgullo del socialismo precisamente), pero no es tolerable que el basamento ideológico de estos señores ladrones, el partido, encima, se erija en salvador del país.
Uno, porque su gestión económica deja mucho que desear: ecuación fácil, si Matas compra por menos de lo que debería, la Hacienda pública ingresa menos y tenemos menos fondos para, ahí está el quid, mis-nuestros, servicios públicos; no se olviden: la familia Matas seguro que no coge el Tussam ni espera horas en las urgencias del Virgen del Rocío, o sea, servicios públicos.
Dos, porque si la cúpula de poder ha permitido ese laissez-faire no puede esperársele otro comportamiento diferente. Si, como algunos proclaman con poco sonrojo por poca dignidad, ha sucedido todo por desconocimiento, no es gratuito recodarles aquello que nos enseñaban en el cole de “el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento”, o sea, que tienen que controlar sus filas y a sus gentes.
Tres, porque cuantitativamente la diferencia es abrumadora. Un poco de decoro, que la avaricia es un mal nacional, pero la arrogancia de, aun robando declararse dispuestos a solucionar una crisis, ya es casi demencia. ¡Pero si en gran parte la culpa fue de su fantástica y planificada ordenación urbanística!. Guarden silencio, por vergüenza, por dignidad.
Hay quienes sostienen que qué oportunidad se ha perdido la ciudadanía de ver entre rejas a uno de tantos que han esquilmado las arcas públicas, otros alegan a la mesura en cuanto a personajes tan reconocidos. Yo, por si acaso, me uno al júbilo de Maruja Torres: ¡Viva Castro! (éste, que puntualiza muy bien ella).

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