Ante la avalancha de casos de corrupción en el Partido Popular sus portavoces y dirigentes hablan a la ciudanía: “hemos hecho todo lo que podíamos hacer”.

Desde hace meses, el PP es foco de atención mediática y ciudadana por la cantidad de robos (sin contemplaciones) que sus dirigentes han cometido durante varias legislaturas y en diferentes partes de la geografía española. Lo del pequeño Nicolás parece una broma frente a las millones que se han embolsado señores (sobre todo señores) con nóminas nada desdeñables.

Ese Partido Popular al que le parece estupendo el salario mínimo interprofesional (irrisorio, deleznable) y que multa a los indigentes que rebusquen en la basura parece poco conforme con sus sueldos como gestores de lo público y ahí sí, pueden meter la mano llenándose de mierda hasta el fondo. Con una salvedad: esta mierda es metafórica (no real como la de los contenedores de basura) y además no les multan por robarla (ellos ponen las multas, el negocio es redondo).

Pero como la vergüenza no parece contarse entre los valores populares (decir no es igual a sentir) siguen en sus trece de que ya han hecho todo lo que debían y podían. Y no es cierto: disculparse y hacer dimitir de una organización política a corruptos y ladrones no es sino lo mínimo que debe hacerse. Y bajo ninguna circunstancia es suficiente. Hay que dimitir, dejar los cargos y el gobierno y devolver cada euro robado. No es sólo labor de la justicia exigirlo e imponer las medidas es también una cuestión de honestidad y coherencia política asumir las responsabilidades contraídas.

A un mangante puede que no se le descubra la afición de tocar lo que no debe, a los de la Gürtel, la Púnica, Bárcenas y aliados… no puede seguir negándose que se les tenía que conocer el vicio. Hay un entramado procedimental y un volumen de negocio detrás que debería de motivar la renovación completa del PP. Renovación impulsada y obligada por sus mismas bases, por esos afiliados y afiliadas que creen que “robar está mal”. ¿Habrá alguno/a que lo piense, verdad? Y eso pasa por dimisiones en masa y devoluciones igualmente masivas del dinero sustraído.

De las donaciones recibidas, de los sueldos de los dirigentes, de las partidas de representación y demás flirteos pseudo morales… a los ciudadanos y ciudadanas nos da exactamente igual de donde saquen el dinero. Lo que no podemos consentir es que mientras subsistimos con los pocos recursos disponibles, los mismos que nos animan a trabajar por menos dinero y peores condiciones roben los beneficios de nuestra precariedad.

Reivindiquemos no solamente una terminología transparente (lo que hacen es robar de una hucha muy escasa pero nutrida a base del sudor de todos y todas) sino también, acciones contundentes. Es su responsabilidad.