Hace tan sólo unos días hemos vuelto a conmemorar, como sociedad y como ciudadanos, otro 25 de Noviembre como día de la lucha contra la violencia que sufren las mujeres por el mero hecho de serlo. Hemos vuelto a salir a la calle, a recodar las cifras, a reconocer la importancia de la ley, ¿y?

A nivel estadístico la vergüenza es mayúscula, más de 700 mujeres muertas en la última década en España y más de 900 millones agredidas en el mundo. La violencia contra la mujer adquiere nivel de pandemia, alerta la Organización Mundial de la Salud. Pero mientras la violencia crece, el patriarcado refuerza su argumentario y la sociedad permanece inerme.

De un lado, el discurso machista se reinventa y cala hasta la hipodermis: ¿violencia en España? Que va, algunos cromañones sueltos. Además, son estrategias para obtener beneficios en divorcios. ¿Violencia estructural? No, no me creo que tú sufras violencias diferentes a las mías por ser mujer , y menos en Europa. Los piropos son un halago, no una forma de acoso. ¿Lo nuestro violencia? Anda ya, nuestro amor nos une tanto que somos como uno sólo, compartir nuestras cuentas de facebook es todo un acto de amor, de confianza plena. ¿O no renunciarías a tu vida mortal si es que yo fuese “Edward Cullen”?

De otro, el reconocimiento periódico a los avances impide en ocasiones atisbar las sombras en el camino. El recorrido, y el que nos queda por recorrer. Sobre lo avanzado tenemos que ser conscientes de que la Ley 1/2004 de medidas de protección integral contra la violencia de género va a hacer su décimo aniversario y no es, ni mucho menos, la panacea. Y sobre lo que nos queda por avanzar en la juventud se atisba el gran reto. Sufren índices de violencia más que importantes, su nivel de acceso a los recursos y apoyos sociales-institucionales es mínimo y su nivel de tolerancia y justificación de las violencias alto (http://goo.gl/qzxsoc).

Otro 25N después, ¿hemos sacado la conclusiones correctas? ¿en qué vamos a emplear nuestras fuerzas? ¿qué cambios de estrategias hemos propuesto? ¿cuáles son las armas de lucha? ¿cómo vamos a actuar como sociedad?

La violencia no se mide en el número de mujeres muertas, la violencia va mucho más allá y de ser mesurable nos dejaría boquiabiertos. La situación exige con urgencia un cambio de paradigma que comience, tal vez…

* Por complejizar el concepto de violencia de género y la elaboración de las cifras oficiales. Las muertas, las asustadas, las controladas, las violadas, las mal pagadas, las esclavas domésticas… todas y cada una de ellas con sus violencias, son parte subyugada del sistema patriarcal, y sobrepasan de largo las 700 víctimas reconocidas de la última década.

* Por enriquecer y cuidar la información pública de esta violencia. Después de 15 años desde la elaboración del primer decálogo los medios de comunicación no pueden permitirse encuadres luctuosos e informaciones sentimentales (sensacionalistas a veces), urge -y así lo han acordado- abordar los casos como parte de un todo, a través de un enfoque de derechos humanos y mediante un tratamiento digno y pedagógico que ayude a la conformación de una ciudadanía formada y sensibilizada. Y si algo falla (falta de consenso, rigidez de las lógicas empresariales capitalistas, falta de formación, de tiempo…) hay que abordarlo, no volver a publicar un decálogo.

*Por acercársela a los jóvenes como parte de su realidad diaria (no, no hemos podido mantenerlos a salvo, los cambios no son rápidos, no confundamos igualdad formal con real ni dejemos que se confundan) a partir de una estrategia de empatía y diálogo y no como una imposición generacional victimizadora. Es necesario partir de un concepto de violencia complejo e integral y transmitírselo a los jóvenes desde el conocimiento y la comprensión de sus propias lógicas de agresión y sometimiento a la par que han de flexibilizarse los recursos para que, una vez conseguida la identificación (en ello hay que trabajar aún), éstos se adapten a sus necesidades.

* Por adaptar una ley que aunque reconoce que la violencia de género no es un problema privado relega su manifestación y define a sus implicados dentro del ámbito de lo afectivo protegiendo de la violencia a las mujeres en el seno de una relación de tipo íntimo reduciendo al mínimo la expresión de la agresividad patriarcal (¿o es que no es violencia de género la violación como arma de guerra?) y dificultando una identificación social adecuada de todas las formas, tipos y contextos dónde la violencia por razón de género es ejercida.

Despedimos otro 25N, pero la lucha debe comenzar. 

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