Existen cuestiones que uno parece tener meridianamente claras. Se trata de valores morales profundamente arraigados y de toda una vida de construcciones culturales al respecto porque, puede parecer que no, pero uno se las apaña para vivir en un continuum de argumentaciones a favor de la idea original.

A mí me ha pasado con el conflicto israelo-palestino. Con un muy firme posicionamiento acerca de la verdad en la Historia, de las causas del conflicto, de la responsabilidad sobre la continuación del mismo y de la única solución posible, mi mente, maniquea, se movía en torno al mismo paradigma de la verdad: Israel opresor y ciudadanos israelíes opresores al mismo nivel.

Debe de haber sido fruto de lecturas teóricas radicales pero mi mente reparte culpas si no al mismo nivel (de algo ha valido la universidad pública) sí al menos en un plano de corresponsabilidad alto entre los gobiernos de la opresión y los ciudadanos que con sus votos y su pasividad permiten la legitimación de éstos y la continuación de sus actos de barbarie.

Y allí estaba yo, después de ver Inch´Allah entendiendo, tanto que casi legitimando, aquel atentado suicida en plena plaza. Muertes de inocentes sin sentido y sin visos de arreglar nada, me increpaba un amigo que vino a ver la película también. Reacciones a la opresión con los mismos daños colaterales que cuando los tanques atropellan niños, respondía yo beligerante. Y no soy de las peores, conozco a gente que no habla (directamente) con israelíes, así, como suena. Y, casi con vergüenza y tras Promises, Los Limoneros, Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos etc.etc.etc. puedo decir que casi llegaba a entender por qué.

Pero hace poco tuve que ir a un congreso internacional y conseguí que me becasen la estancia con lo cual, tenía que compartir habitación. Qué sorpresa cuando conocí a mi compañera, israelí ahora residente en Londres. Qué sorpresa y que terror cuando la conocí y me di cuenta de cuán maravillosa, comprensiva, humana y cariñosa era. Qué horror que hubiera tenido que irse a otro lugar a vivir por sus hijos, por el miedo a esa tensión constante como forma de educación, aunque siguiese sintiendo Israel, ese mi enemigo, como su verdadero hogar. Qué terrible enfrentarme a ese otro lado. Qué miedo si algún día ella vuelve con sus hijos de vacaciones y un atentado es organizado en la plaza de debajo de su casa.

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