Estos días vivimos jornadas de huelgas en los servicios de limpieza de varias terminales del aeropuerto Madrid-Barajas así como en los servicios de limpieza del ayuntamiento de Sevilla.

Y además de las molestias ocasionadas podemos asistir a un variopinto estado de valores obreros en la sociedad actual. 

¿Qué dije, obreros? Perdonad, siempre me sonrojo cuando utilizo uno de estos palabros antediluvianos como “obrero”, “lucha”, “derechos”. Será el iPad, que me funde las neuronas.

A lo que íbamos: ¿a quién no le molesta tener que recorrerse terminales y terminales para encontrar un baño abierto? ¿Qué persona no es sensible al olor de un envoltorio de bocadillo con mahonesa que lleve tres días resecándose en el suelo? ¿Quién disfruta cuando se asoma al balcón y ve como la basura crece apilada sobre contenedores que ya ni se atisban debajo de la mole de desperdicios?

Estos días el gran despliegue mediático en torno a las jornadas de huelga en la limepieza en Madrid y Sevilla nos descubre diversos testimonios, reflejos de las actitudes y mentalidades que se relacionan de un modo inevitable con la crisis que vivimos. Desde una señora lationamericana que se resignaba quejumbrosa en el aeropuerto “estar aquí es horrible pero, ¿qué vamos a hacer? [los trabajadores] tienen sus derechos y tienen que luchar por ellos”, hasta una joven, en la treintena aproximadamente, que se expresaba tajante: “esto es una vergüenza, ¿huelga? En la calle estaban ya si dependieran de mí”.

Estos son al menos son los testimonios que más me han impactado a mí: la joven española a la que la palabra “derecho a la huelga” no le suena ni como concepto ni como expresión y a la señora extranjera, lationoamericana para ser exactos (todo lo que podemos describiendo medio continente en un vocablo) gravemente importunada en sus vacaciones pero que por encima de ella entiende una situación general de emergencia.

Ambas actitudes me parecen el reflejo no sólo de las trayectorias nacionales que cada una encarnan sino también de las experiencias vitales. Si la semana pasada libraba una batalla a favor de mi generación, que no ha tenido oportunidad de nada (de nada por nosotros mismos, que tenerlo lo hemos tenido todo, pero de manos y esfuerzos ajenos, paternos), ahora tengo que reconocer, porque en la joven encuentro a otros muchos jóvenes, el individualismo cegador del que parece no somos capaces de soltar lastre.

¿Suciedad, olor, malestar? Claro, eso es lo palpable, pero me cuesta pensar, o me entristece, sobre todo me entristece, que esa joven (que seguramente tenga un mal contrato, inseguridad laboral y pocas posibilidades de un futuro prometedor, profesional y personal) no sea capaz de anteponer sus propias necesidades, su confort, a las reivindicaciones legítimas de trabajadores que pueden acabar sin sustento: “luchamos por el pan de nuestros hijos” clamaba la portavoz de los trabajadores en el aeropuerto mientras se disculpaba ante las cámaras por las molestias que estaban ocasionando.

Y a pesar de lo dicho, o por todo ello, espero que el estado de mis valores proletarios no se haya anquilosado y resistan impertérritos cuando la huelga en Sevilla lleve unos días y la basura se yerga cual pirámide queriendo rascar el cielo. Huelga sí, siempre. Salud. 

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