He estado leyendo esta mañana que una tal Catherine Hakim, economista y socióloga (y destaco lo de economista en primer lugar a posta) acaba de publicar un cuanto menos controvertido libro: Honey Money.

En este libro, la británica Hakim aboga por la utilización de lo que ella denomina “capital erótico” como una forma de obtención de poder. Y habla de mujeres también, de ahí viene precisamente la controversia. Después de lustros de lucha feminista por el desasimiento del rol de mujer objeto, sexualizado y erotizado hasta la saciedad, la autora viene a proponer el derecho y la obligación de la utilización de las armas de mujer (aderezado eso sí de mucha terminología postindustrial: habilidades de autopresentación, sex- appeal) en el mundo profesional y empresarial. Y lo plantea desde una óptica nada desdeñable: la de la explotación de los recursos propios para unos fines legítimos.

Lo que subyace y que tanto desasosiego provoca, amén de la controversia con el hasta ahora camino feminista, es la lucha contra la naturaleza -y lo naturalizado- que se libra desde el Estado del Bienestar y desde la igualdad de oportunidades. Esta batalla se inició con la Revolución Francesa y la eliminación de los estamentos y algunos pretenden continuarla demandando el cese de la institución hereditario-sectaria de la monarquía. Hablamos de la igualación de los sujetos y de la superación del estado de naturaleza hobbesiano. No nos gusta pensar que no podemos acceder a cierto estatus o condición por una cuestión que no depende de nosotros mismos, de nuestro esfuerzo o de nuestra voluntad. Queremos evitar privilegios que no dependan del individuo sino de la buena o mala suerte en el nacimiento (o naturaleza). Suerte que obra tanto en el linaje real como en la belleza personal. 

No es una novedad que las personas reconocidas como atractivas cobran más y están mejor reconocidas en sus entornos profesionales. Pero eso es algo que todos criticamos. ¿Cómo podemos defender entonces la utilización legítima del “capital erótico”? A esto es a lo que llamo, y no siempre consigo explicarme, “efecto Berlusconi”. Es decir, se critica ferozmente lo que no se posee hasta que se tiene la oportunidad de obtenerlo. Es la explicación más plausible a la longevidad en el cargo de Il Cavaliere: aunque medio país lo criticaba, tres cuartas partes lo envidiaban secretamente y aspiraban a ser como él.  

El derecho y deber de las mujeres de explotar su capital erótico me lleva indefectiblemente a la expresión armas de mujer (otrora tan criticada) y a la extravagante -al menos yo siempre la he sentido así- y generalizada voluntad de deslindar cuidado personal y acicalamiento propio de relaciones de género y afectividad: “Yo me arreglo y me maquillo para mí, para verme guapa yo, no para gustar a nadie”. ¿Y por qué entonces ese momento de acicalamiento, afeites y tacones insufribles nunca coinciden con la divina soledad del hogar? 

No acabo de ver muy claro, aunque entiendo la legitimidad reivindicada del uso del potencial propio, esto del capital erótico. Pudiera ser que éste nuevo discurso no fuera sino el de siempre, el de aprovechar las capacidades propias y lo propio de la mujer es la capacidad para el cuidado. Pudiera ser que no, y que acabemos hombres y mujeres en la oficina con minifalda y pestañas tintadas. Pero me cuesta mucho imaginar esto último.

http://smoda.elpais.com/articulos/erotismo-al-poder/626

www.SevillaActualidad.com