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Nos es familiar a todos. Antes o después lo hemos sufrido en algún momento de la vida. Estamos hablando del estrés. Esa epidemia moderna que, agazapado en las tareas cotidianas nos ataca y no somos conscientes de su contagio, hasta que no sufrimos sus síntomas.

La tensión es quien crees que deberías ser. 

La relajación es quien eres.

-Proverbio Chino-

Así y todo, hay dos tipo de estrés. El malo, llamado distrés, que provoca diversas patologías, como trastornos gastrointestinales y enfermedades cardiovasculares. Este es el más conocido y sufrido por todos.

Pero también existe otro que es el “eustrés”, que se relaciona con la claridad mental y, si lo gestionamos bien, nos estimula para enfrentarnos a problemas, ser más productivos e incluso aumentar nuestra creatividad. Este es el llamado estrés “bueno” ya que es un término formado a partir del prefijo griego -eu, (bueno).

Recientes investigaciones afirman que el estrés, siempre y cuando sea de corta duración y no crónico, favorece el rendimiento, puesto que nos aporta energía, activa el organismo y nos hace pensar más rápido.

Pero la clave reside, no solo en la duración sino en la cantidad de estrés. Será positivo solo si es moderado, si pasa a ser muy intenso volveríamos a hablar de riesgos de enfermedades fisiológicas o psicopatológicas.

Los beneficios del estrés residen en la noradrenalina, una hormona que se libera justo después de la adrenalina y antes que el cortisol (la hormona responsable del estrés).

La noradrenalina, mediante la activación de determinados sistemas del cerebro, favorece la concentración en una única tarea por periodos prolongados y también puede hacer que ciertos procesos cognitivos relacionados con la velocidad del pensamiento se vean favorecidos.

Por lo tanto lo esencial es evitar que una situación tensa acabe generando cortisol, para así poder mantener unos niveles óptimos de noradrenalina, estimulando nuestra creatividad y favoreciendo el rendimiento intelectual.

Existen unas pautas para poderlo conseguir.

La primera, sería controlar la respiración. Cuando estamos ansiosos nos olvidamos de cómo respirar. La respiración actúa como un bálsamo para el cerebro. Lo ideal es inspirar durante cinco segundo y exhalar durante seis.

La segunda pauta, es saber reconocer cuál es la emoción que nos causa ese estado. Cuando la tengamos identificada, tenemos que repetirnos mentalmente que estamos más emocionados o excitados que estresados. De esta manera controlamos la situación, y en lugar de sentir esa tensión como una amenaza, lo haremos como un desafío.

En el número tres, está el recurso de apretar una pelota antiestrés. El ejercicio de cerrar la mano derecha con una pelota de goma durante 45 segundos, después abrirla durante 15 segundos y volverla a cerrar otros 45, activa el lóbulo frontal izquierdo del cerebro, que está asociado a comportamientos positivos.

Todos coincidimos en que aprender habilidades y enfrentarnos a los reveses de la vida nos provoca ansiedad e incluso situaciones angustiosas. Sin embargo, los estudios demuestran que estos momentos de estrés estimulan la felicidad a corto y a largo plazo. Las personas entrevistadas coinciden en que cuando se encuentran en situaciones de tensión experimentan una sensación inmediata de infelicidad, pero una vez superado ese bache, calificaban de felices y satisfactorios esos instantes que les llevaron a alcanzar sus objetivos.

Todas estas situaciones estresantes, que en un principio las evaluaríamos como negativas, propician que alcancemos metas que nunca habríamos alcanzado en los momentos de tranquilidad.

Nacida en Aracena, Huelva, siempre ha estado muy vinculada a la ciudad de Sevilla y su idiosincrasia particular. Se instala en ella hace nueve años para formarse como educadora en lenguas extranjeras....