Hoy día no es ningún hecho noticioso la progresiva e implacable depauperación de los contenidos emitidos por un medio de comunicación devenido en centro neurálgico de la existencia humana como la televisión. De un modo soterrado, paulatino en su deslizamiento hacia terrenos de inadmisible desvergüenza, las miserias catódicas se han instalado como un parásito de difícil extirpación  en la rutina de una sociedad que hace de su tiempo de esparcimiento una excusa irrenunciable de desconexión neuronal.

Jesús Benabat. Como parte de esta cotidiana feria de las vanidades, la tolerancia hacia los funestos y variopintos espectáculos televisivos que pueblan las parrillas de programación se ha asentado en el ánimo de los espectadores como un elemento de obligado cumplimiento cuya única vía de rebelión es la indiferencia. No obstante, esa indolencia forzada que carga parte del público como una condición sine qua non para su propia salud mental también tiene unos límites que se han visto ampliamente rebasados con los últimos movimientos empresariales en el mundo de la televisión.

Hace algunas semanas se conocía la fatídica noticia del cierre del canal de noticias CNN+, propiedad del grupo de comunicación PRISA, el cual se negaba a seguir financiando una firma, al parecer, deficitaria. De poco valieron las protestas suscitadas en el mundo periodístico y en diferentes redes sociales contra lo que suponía un claro recorte a la rigurosidad informativa en un medio ya de por sí castigado como la televisión que supondría, asimismo, el despido de profesionales de la talla de Iñaki Gabilondo, José María Calleja o Antonio San José.

Este hecho no hubiese pasado de ser un triste trance más inserto en un amplio catálogo de afrentas contra la profesión periodística, si no viniera acompañada por la irónica circunstancia que acarrea la emisión sustituta del canal de noticias. Producto de la infame fusión empresarial entre el grupo PRISA y el todopoderoso coto mediático particular del primer ministro italiano Silvio Berlusconi, Mediaset; los ciudadanos españoles hemos tenido la oportunidad de comprobar que, a partir del pasado día 1 de Enero, el día donde se encontraba enclavado CNN+ ha pasado a estar ocupado por el canal 24 horas de Gran Hermano, vértice absoluto de la vulgaridad y ramplonería que campa a sus anchas en la pequeña pantalla.

Resulta de una enorme complejidad aceptar que el único foro de información con un mínimo de rigor y profesionalidad que quedaba en el medio televisivo haya sido suprimido en favor de la retransmisión en bucle de una casa donde una serie de personas compiten por ser reconocidos popularmente como los detentores de mayores dosis de zafiedad y ordinariez. La tolerancia se impone en este caso como una peligrosa arma que hace peligrar la salud de una sociedad entregada al espectáculo como los cerdos se prodigan en el fango.

Aunque aquí la coartada de la supuesta demanda pública de contenidos ‘basura’ no puede ser esgrimida por los jerifaltes de la comunicación. Si hoy día tenemos un motivo más para que la televisión permanezca en un grato fundido a negro, es únicamente debido a la codicia de un grupo empresarial (PRISA) que se despoja del supuesto ideario progresista que lo define y guía su labor (a través del diario El País, la emisora Cadena Ser o el canal de televisión Cuatro), y se entrega a la servidumbre más ruin. Una vez salvados los muebles, poco importan las traiciones al público.

Precisamente es ese público el que debe decir basta y demandar lo que supone una grave afrenta contra el periodismo y la sociedad en general.

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