En el largo devenir de los siglos, pocas empresas han sido tan ambiciosas como ese titánico estudio literario que Honoré de Balzac se impuso como una meta personal indisoluble en La Comedia Humana. El escritor francés pretendía construir un gigantesco fresco histórico que reflejase fielmente a la sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX. Y para ello, Balzac, muy influenciado por los estudios naturalistas de Lamarck,  se dejó guiar por esa instintiva idea de clasificar a los seres humanos en especies que se diferenciaban entre sí a tenor de los condicionamientos sociales y entornos en los que quedaban insertos, como sujetos manipulables y supeditados a una estructura piramidal de orden natural.

Jesús Benabat. Desde luego, el siglo XIX se prestaba a ello, con una clase aristocrática en receso aunque con una preeminencia casi absoluta, una burguesía que ansiaba emular por encima de todo las rancias maneras del estamento superior, y una amplia masa de campesinos, trabajadores, profesionales y gentes de provincias sin demasiadas ambiciones a nivel social.

La sociedad actual presenta, por el contrario, muchos más problemas de cara a una división relativamente similar a la que ideó el bueno de Balzac hace unos 150 años. La polarización de la misma ha roto cualquier intento de ordenación, o al menos eso es lo que se intenta inculcar en las conciencias de unos ciudadanos a los que se les promete unas mismas oportunidades.

Cabría preguntarse si, efectivamente, nos encontramos en una sociedad igualitaria, o si, por el contrario, dicha igualdad es utilizada para camuflar lo que sigue siendo un sistema de estamentos o de clases injusto y desproporcionado comandado por un variopinto grupo de líderes carismáticos y personajes sombríos.

También cabría preguntarse si esas clases a las que nadie quiere pertenecer, pero a las que sin duda rinden tributo en virtud de su invisibilidad social, son realmente residuos o excepciones al margen de un sistema democrático de bienestar que presume de ofrecer unos derechos idénticos a cada uno de sus integrantes. O más bien son una masa ecléctica de trabajadores a los que se les permiten ciertas excentricidades en la época de bonanza para más tarde culparla de los errores y excesos de los estamentos superiores, modelos que imitar al fin y al cabo.

Personalmente, Balzac siempre me ha parecido más un cronista, un periodista en extensión, que un mero escritor (aunque su calidad artística sugiera lo contrario). Diseccionó las injusticias de su tiempo aplicando una irónica mirada a la limitada existencia de los más pobres (con los que se sentía más identificado) y una visión algo fascinada de las mieles de la riqueza y la influencia social de los agraciados.

Hoy arranca un proyecto que rinde tributo a Balzac y que, como él, pretende, desde la más humilde posición del que escribe, analizar, narrar y, por qué no, denunciar los abusos velados infringidos contra las clases llanas de la pirámide.

Se trata, al fin, de descubrir las dinámicas, malévolas o gratas, de un sistema gigantesco que no es más que la escenificación temporal de la comedia más grandilocuente, absurda y maravillosa del mundo; la Comedia Humana.

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