En ocasiones, las metáforas pueden verse superadas por la propia realidad. El paulatino descenso a los infiernos de España en un vórtice de deudas, prima de riesgo, desempleo y rescates financieros ha hallado su correspondencia en las llamas tangibles de un incendio devastador que ha calcinado miles de hectáreas en la provincia de Valencia

El país se quema, en sentido literal y figurado, mientras la ciudadanía intenta atajar el fuego con el entusiasmo circunstancial de un éxito deportivo que nos hace sentir honrados de ser parte de esta ruina en cenizas.

Las vinculaciones entre política y deporte pueden resultar, a priori, cuanto menos improbables. O esa es la percepción que nos dicta nuestro ingenuo raciocinio. Pero si esto fuese así, cómo entender pues el afán demostrado por las autoridades políticas de distintos países en organizar grandes eventos internacionales con costosas instalaciones y un evidente esfuerzo organizativo para apenas unos instantes de gloria. El ejemplo más directo: Polonia y Ucrania han construido hasta seis majestuosos estadios de fútbol con inversión pública para albergar los 19 partidos de esta Eurocopa. Su función posterior al fulgurante campeonato es, en la mayoría de los casos, una incógnita. Probablemente serán escenario de excepción para alguna estrella del pop como Madonna o Lady Gaga.

No obstante, reducir este tipo de eventos a cuestiones puramente económicas sería un error. De poco importa que los ciudadanos polacos y ucranianos tengan que padecer el subdesarrollo crónico de sus países y, por ende, emigrar al resto de Europa para labrarse un futuro. Ni siquiera es relevante que sus sistemas políticos estén corroídos por una corrupción endémica que llegue incluso a encarcelar sin garantías a sus propios representantes (Yulia Tymoshenko continúa entre rejas sin juicio alguno). Se trata de proyectar hacia el exterior una imagen vacía y alejada de la realidad de manera que incluso la población local llegue a contagiarse de ese entusiasmo patrio en torno a unos valores fraudulentos.

El deporte, y en este caso el fútbol, funciona como aglutinante idóneo para las masas. Y en cierto modo no debe concebirse nunca como un fenómeno negativo. Toda forma de unión entre personas es un hito para una humanidad tendente al conflicto. El problema reside en la instrumentalización de ese espíritu colectivo por los líderes políticos para tender cortinas de humo sobre la nefasta gestión de sus responsabilidades. A lo largo de la Eurocopa, el gobierno de España ha pedido un rescate por valor de 100.000 millones de euros, ha dado un golpe de estado en la radio-televisión pública, ha puesto las bases del desmantelamiento de la universidad pública y su acceso igualitario, ha sostenido a bancos y cajas de ahorro tras años de actividades fraudulentas, ha ahondado en la depauperación del sistema sanitario con la introducción del ‘repago’ farmacéutico, ha batido todos los récords en el pago de intereses para la venta de deuda pública, y ha elevado los costes de servicios básicos como la luz y el gas mientras se decide a aumentar los impuestos indirectos al consumo de bienes de primera necesidad en medio de un clima social marcado por el desempleo (el mayor de toda la UE) y progresivo empobrecimiento de la población. Sin embargo, este mes de Junio pasará a la historia por el tercer título conseguido por la selección nacional de fútbol en pleno júbilo del país.

Sería igualmente frívolo criticar o negar el mérito de unos deportistas que han demostrado su competitividad. Al igual que endosarles la pesada losa de ser los máximos representantes de la versión contemporánea del ‘pan y circo’ romano. Pues no dejan de ser también meros instrumentos al servicio de una casta de políticos interesados en ocultar su propia ineptitud bajo el paraguas de la gloria futbolística nacional. Hasta que un día el fuego llegue a ser tan imponente que ni siquiera mirar hacia otro lado será suficiente para no percatarse de quiénes nos están gobernando con total impunidad.

España ya está en llamas. El incendio de Valencia ha demostrado una faceta más de la incompetencia de las autoridades. Ahora sólo queda que la realidad se convierta en metáfora.

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