Su temible sombra ya se dibuja sobre España. Los agoreros mediáticos comienzan a pronunciar su nombre como si del anticristo se tratase, mientras que la casta de torpes políticos que ocupan el gobierno en virtud a este turnismo sin sentido y oportunista reniega de ella sin más convencimiento que su esperanza en que la tormenta amaine.

La posibilidad de un rescate financiero nos emplazaría a la situación padecida por Grecia, Irlanda y Portugal, con el desmantelamiento definitivo del estado de bienestar y la rendida pleitesía al oscuro ente de los mercados. Ahora bien, ¿no estamos ya, de alguna forma, intervenidos?

La política económica desarrollada por el gobierno en las últimas semanas (coincidiendo, al parecer de forma casual, con la celebración de las elecciones en Andalucía y Asturias) obedece a las rígidas directrices de una estructura superior difícil de discernir compuesta por inversores, socios europeos y especuladores de diversa índole que han tomado como objetivo irrenunciable a España para provocar su caída más rotunda en la precariedad.

Sólo así puede dotarse de coherencia a este acoso y derribo sistemático sufrido por nuestro país a pesar de los brutales recortes emprendidos en todos los ámbitos posibles, con una especial incidencia en aquellos de mayor sensibilidad social como sanidad y educación. De hecho, la confusión entre los miembros del gobierno es tal que ni ellos mismos parecen estar seguros de las medidas tomadas de forma apresurada y sin mayor explicación que la de unas cifras redondas de las que ni siquiera se ofrecen detalles. Un ejemplo ilustrativo es el anuncio, a través de una escueta nota de prensa, de un recorte de 10000 millones de euros en sanidad y educación días después de la presentación de los presupuestos generales, lo que da lugar a la idea de la escasa o nula planificación de la cuentas del país y la presión sufrida por el gobierno para reducir un déficit fruto de los vaivenes de la economía global.

España naufraga en estos momentos en un océano de incertidumbre tripulada por los caprichosos designios de los mercados. Los grumetes del gobierno parecen ser meros espectadores de una debacle que nos empuja al precipicio de la ruina sin más asidero que un rescate que hipotecará nuestro futuro de forma indefinida.

Cuál es, por tanto, el papel del ciudadano en esta coyuntura incierta que se libra en las altas esferas del entramado económico mundial. Cómo actuar cuando su soberanía es apenas una reminiscencia políticamente correcta del pasado. Qué hacer ante el progresivo e implacable abandono de las conquistas sociales de siglos de lucha. El último resquicio de influencia de la ciudadanía se basaba en unas elecciones periódicas donde castigar al gobierno de turno, sin embargo, para qué sirve esto cuando la clase política nacional es un títere de instituciones supranacionales como la Unión Europea o los ‘mercados’.

Posiblemente, la única solución sea esperar a una nueva época de bonanza en la que acumular nuevos productos inútiles y confiar en la misma clase de ladrones que ahora nos abocan a la decadencia más absoluta.

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