Siempre he pensado que el optimismo debería contener una irrenunciable dosis de realidad. Que los anhelos y esperanzas de los individuos no pueden depender de designios divinos o voluntades generales irrealizables. En resumidas cuentas, que no podemos ver la realidad a través de una óptica complaciente y benévola cuando a nuestro alrededor las injusticias, la violencia o el sufrimiento parecen ser la tónica dominante. Puede que haya estado equivocado.

Este enfoque es consustancial al mundo del periodismo. Cuando una persona abre un periódico, escucha el boletín horario radiofónico o contempla el informativo televisivo, asiste a un demoledor espectáculo de pesimismo humano en el que el mundo es reflejado como un gigantesco campo de batalla donde lo realmente difícil es sobrevivir. Incluso las banalidades varias adheridas a estos programas para cubrir cierta cuota de entretenimiento están marcadas por un halo trágico del que es extremadamente complejo desprenderse.

El periodismo se constituye así en una crónica diaria de los pesares que asolan a una ciudadanía globalizada y en el que no cabe ni un pequeño resquicio para el optimismo. Tanto es así que he perdido la confianza en esa información real como instrumento para alcanzar los objetivos compartidos de la paz, el respeto entre personas o el desarrollo de las capacidades de diferentes pueblos. Se trata de un enfoque obsoleto, inútil e ineficaz que precisa ser modificado radicalmente; ¿de qué nos ha valido las extensas coberturas informativas sobre guerras y conflictos?, ¿Para qué sirven las cruentas crónicas de lugares devastados por fenómenos naturales?, ¿Cuál es el objetivo de llevar la cuenta exhaustiva de mujeres asesinadas a manos de sus maridos en un ciclo que parece no tener fin?

Probablemente la respuesta de todas estas preguntas no sea más que el hábito a la violencia, la cotidianeidad del sufrimiento, la familiaridad con el desastre; y, como consecuencia, la insensibilización a todo ello. El periodismo no puede ser más el mensajero de la tragedia a partir de su ingenua función de narrador de a realidad pues, al fin y al cabo, ¿qué es la realidad?, ¿Está ésta marcada indefectiblemente por la muerte?, ¿Es la vida diaria un camino de pesares?

Poner el acento en los aspectos negativos no nos ha servido para nada. Centrémonos, pues, en los hechos positivos. El diario estadounidense The Huffington Post puso en marcha recientemente una edición digital paralela a la habitual dedicada exclusivamente a las buenas noticias. Echemos un vistazo a los titulares de hoy; «Un banco francés persona las deudas de miles de usuarios», «El director de un colegio bucea en un lago helado para salvar a un estudiante», «Reddit [una red social] dona 65000 dólares a un orfanato de Kenia», «Una adolescente salva a sus compañeros después de que el conductor del autobús escolar sufriera un infarto».

No se trata de sentirnos mejor de forma caprichosa para así continuar felices con nuestras respectivas vidas, sino de cambiar paulatinamente nuestro entorno contagiados en cierta manera por un espíritu de optimismo basado en la más pura realidad. Pero no una realidad sesgada y negativa, sino en los hechos y pequeños gestos que dan esperanzas en el futuro.

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