El monocorde zumbido de la televisión parece interrumpirse por una noticia de última hora, un insólito acontecimiento que quiebra el aburrimiento informativo inherente al verano. Por encima de la retahíla de declaraciones, se reitera una palabra, ya gastada de tanto usarla; ‘cambio’. El cambio mueve montañas, también suscita miedos, pero ante todo, renueva el debate, ventila el aire viciado del ámbito político, aunque sea sólo por unas expectativas fabricadas por la maquinaria propagandística electoral. Es una lástima, no obstante,  que este pretendido cambio no traiga ni nuevas ideas, ni nuevos emblemas, ni nuevas ilusiones.

 

El cargante discurso periodístico acerca del adelanto de las elecciones generales al próximo 20 de noviembre, queda muy lejano a las preocupaciones estivales del ciudadano medio. Un murmullo apenas imperceptible. Al igual que esa latente amenaza que se cierne, como una auténtica águila imperial, sobre la gran potencia mundial, desvelando su frágil entramado económico, mostrando la cara oculta por la soberbia de décadas de hegemonía. El sistema se resquebraja y una extraña calma parece presagiar la debacle.

El verano, al fin y al cabo, es una época para dejar los problemas de la vida cotidiana en el rincón de las tareas futuras y dedicar el tiempo a gastarlo de la forma más placentera posible, ya sea en una playa abarrotada de la costa española o en el silencio reparador de un paraje del interior, con la distraída charla de los desocupados o con la adictiva trama de una novela de misterio que, desafortunadamente, puede llegar a cobrar una actualidad inquietante.

Los escritores nórdicos han labrado el género policíaco o de serie negra con tanto éxito y verismo que sus personajes trascienden las fronteras del mundo del papel y hacen de su depravación ficticia un arma demasiado real para aquellos que los rodean. Noruega ha sido, en esta ocasión, el dramático escenario de un improvisado guión de terror más acorde con una película de mal gusto o una novela que retratase los más bajos instintos humanos. Y es que los radicalismos tiene un claro componente de irrealidad, de falta de raciocinio, una incoherencia estructural básica; pertenecen al universo de la ficción.

El problema surge cuando el lector es demasiado fiel a las palabras o el escritor demasiado persuasivo. Son muchos los que, hoy día, se esfuerzan en componer alegatos contra los negros, los homosexuales, los árabes, las mujeres o los inmigrantes, sin apenas percatarse que su irresponsabilidad cívica es el caldo de cultivo para posteriores tramas sanguinarias que trasladan sus preceptos al mundo real, arma en mano y razón nublada.

Suerte que, al menos, aún quedan referentes morales para nuestra juventud. Madrid no ha tenido suerte en atraer a los responsables de los juegos olímpicos, sin embargo es todo un bastión de los acontecimientos festivo-religiosos de carácter masivo. En esta ocasión, el festival tendrá estrella invitada de excepción; vende tantas camisetas como Justin Bieber, eleva el fervor de miles de jóvenes como Lady Gaga y atrae tantos flashes como Brad Pitt. Pero es que, además, tiene línea directa con el todopoderoso y viene a luchar contra el pecado; todo en uno. Y los padres, al menos, tendrán la certeza de que sus retoños no seguirán los pasos de Amy Winehouse, pues hasta ahora el agua bendita no ha sido adulterada con sustancias nocivas; el negocio depende de ello.

El calor es el mejor antídoto contra la indignación. Perdonen que no me levante, pero es que se está muy ‘a gustito’ aquí.

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