El protagonismo en política no siempre obedece a aquellas acciones que se acometen, sino también a esas otras que nunca llegan a realizarse. El fenómeno de la abstención debería constituirse como un interesante objeto de estudio para el análisis de la historia contemporánea, en la medida que detenta la potestad de inclinar hacia uno u otro lado la balanza del poder desde una neutralidad siempre controvertida y, en ocasiones, injustamente infravalorada.

La coyuntura que se le presenta a Izquierda Unida es, en este sentido, paradigmática en cuanto a las consecuencias de permanecer en tierra de nadie cuando apenas unos escaños pueden determinar un gobierno. Asimilada su ideología a los preceptos del socialismo mayoritario español, la formación de izquierdas ha visto lastrada su trayectoria histórica (primero bajo las siglas del PCE y más tarde bajo las de ese híbrido incierto, IU) por su papel de escudero del partido gobernante. Una unión más sentimental que práctica, pues el poder hegemónico del PSOE siempre fue ejercido con un carácter represivo contra los que veían como una amenaza electoral latente; por ello, la constante expoliación de militantes (Rosa Aguilar es el último ejemplo) o el evidente boicot informativo desde los medios socialdemócratas.

La marginación política padecida por Izquierda Unida durante décadas no ha sido excusa, sin embargo, para que su apoyo sea exigido como una obligación moral cuando los resultados en las urnas de los socialistas no han sido los suficientes para mantenerse en el poder. El vuelco electoral del pasado mes de mayo ha dejado al PSOE inmerso en el rescate de unos restos del naufragio que precisan del auxilio del tercero en discordia, concebido como la prolongación de un hipotético bloque de izquierdas deslegitimado, ya de entrada, por años de gobierno en los que las políticas progresistas han brillado por su ausencia.

El último episodio de controversia postelectoral, aún candente, es el desarrollado en la Junta de Extremadura, donde el Partido Popular aventaja por primera vez en la historia de la democracia al PSOE, aunque con un margen insuficiente para alcanzar la mayoría absoluta, por lo que el papel de IU se antojaba crucial para la configuración del nuevo ejecutivo. La negativa de las bases militantes de la coalición de izquierdas a apoyar al socialista Fernández Varas ha abierto una crisis dentro del partido a nivel nacional, cuya dirección encabezada por Cayo Lara no ha desistido en reclamar una alianza que impida el gobierno del popular Monago.

Que los partidos políticos socavan la democracia es un hecho irrebatible, sin embargo no podíamos dejar de depositar cierta confianza en la coherencia interna de IU, ahora desmentida por un líder que, paradójicamente, tilda de antidemocrática la decisión de los militantes de la sección regional extremeña del partido. Si bien la posición partisana del PSOE frente a la abstención era de esperar teniendo en cuenta la soberbia de una formación que pierde cuando estaba acostumbrada a ganar, nos resulta alarmante la actitud de un partido que pretende fomentar la participación ciudadana y la democracia interna.

Mientras tanto, los medios de comunicación progresistas llevan a cabo su particular campaña difamatoria contra el temido tercero en discordia y el hipotético trasvase de votos de una ciudadanía cansada de votar a un partido de izquierdas que implementa políticas neoliberales. La carrera hacia las elecciones de 2012 ya ha comenzado y nadie desaprovecha la más mínima oportunidad de asegurar un bipartidismo que ahoga la vida política del país.

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