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Muchos son los vendedores ambulantes que salen de cada rincón de Senegal  los martes y miércoles hacia Diaobé para vender sus productos y así ganar dinero para el sustento propio y familiar. La mayor parte de estos vendedores se colocan en las calles principales de uno de los mercados semanales de la región para exponer sus artículos a los clientes

 

RedComÁfrica. Los martes y miércoles son sinónimo de molestia para los habitantes de Diaobé y para la gente que se acerca a comprar allí. A las ocho en punto, los camiones que provienen de las dos Guineas y de otras regiones del país, los taxis y decenas de transportes comunitarios circulan con dificultad.

Esta situación se hace aún más complicada por la llegada de vendedores ambulantes y la proximidad de tiendas y otros muestrarios sobre las vías públicas. En el ambiente se combina el olor de las frutas y el humo que desprenden los coches.

A todo ello se añaden los bocinazos constantes de conductores rendidos y nerviosos a causa de la fatiga que les ha causado el viaje. Mientras, el ruido de los tambores llamados tam-tams y las sirenas, intentan atraer la atención de los transeúntes para que se acerquen a observar las mercancías que están en venta.

En el mercado reina la anarquía y el descontrol, factores que se les “echa en cara” a las autoridades locales y administrativas. Tanto policías como vendedores ambulantes se cuelan entre los coches y los muestrarios, situados en la misma calzada donde presentan sus mercancías.

Entre los vendedores destacan chicas jóvenes procedentes de pueblos cercanos que proporcionan a los usuarios bolsas de agua fresca, zumo de Bissap (de flores de color morado) o un tentempié de pan de mono, el fruto del baobab.

La mayor parte de estas jóvenes saben que ocupan ilegalmente la vía pública pero coinciden en no tener otra alternativa.Una de estas chicas, Astou Diop, manifiesta que se niegan a realizar actividades deshonestas. “Es por ello que nos levantamos muy temprano todas las mañanas de mercado para venir y proponer nuestros alimentos a los clientes de Diaobé, a través de las calles del mercado”.

A Astou se le pregunta sobre los riesgos ligados a este tipo de comercio, y ella responde que es consciente, pero sostiene que toma todas las medidas necesarias para mejorar la  higiene de sus alimentos y critica los chantajes de los agentes de los servicios de higiene, quienes les obligan a pagar ciertas sumas de dinero, a pesar de que ella tiene el certificado de visita médica firmado.

Ella reconoce que “nosotras intentamos vivir decentemente. Nuestros padres no pueden ocuparse totalmente de nosotras, ya que la vida de los ciudadanos es dura”.

Lo mismo le sucede a Assan Mbaye, vendedor de calzado tradicional: “Prefiero ganarme la vida honestamente en Senegal que desafiar al mar por un futuro incierto”.

Este joven, de 30 años de edad, ha explicado algunos de los problemas que existen entre la distancia que separa su localidad de la de Diaobé y los chantajes policiales y aduaneros que tienen que sufrir durante el trayecto.

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