Durante estas semanas muchos son los que miran a Cádiz y su templo de las coplas, el Gran Teatro Falla, lugar por donde gente gente de toda Andalucía pasa para dejar constancia de su ingenio en forma de letras cantadas. Letras que en ocasiones sólo se ven recompensadas con el aplauso del respetable que escucha atento.

Moe de Triana. Hoy yo quiero ir poquito más allá, y quiero mirar a casa y cada local gaditano en el que día a día ensayan y preparan detalles carnavalescos las agrupaciones ilegales o callejeras, familias enteras o grupos de amigos que se unen en torno a una lumbre a escribir cuplés y ensayarlos en las noches de enero y febrero.

Son el verdadero carnaval, el carnaval anónimo que no entiende de teatros ni de contratos, el que solo desea que llegue la semana de carnaval para salir a la calle y cantar, cantar por amor al arte, a Cádiz y a su gente.

Muchos me llaman exagerado cuando lo digo, pero hasta que no actuas en la calle, a ras de suelo, no te das cuenta de lo que supone  tener cara a cara al público, mirarles a los ojos y notar como ellos te miran, gesticulan y sonríen, sin más artificio que tu palabra y tu tipo. Ese es el verdadero carnaval y con el que más disfruto. El carnaval auténtico.

La calle es el peor veneno que puede existir, pues te obliga a volver un año tras otro, y lo digo de buena tinta porque aún teniendo compromisos ineludibles, procuro no faltar a la gran fiesta de las coplas callejeras y descaradas, alejadas del lujo y solo aderezadas con dos coloretes.

Agrupaciones ilegales y compañeros romanceros, que nunca falten ni los cupleses golfos ni nuestras sinvergüenzas voces recitando, que son el carnaval que nos queda cuando acaba la final y el teatro cierra sus puertas.

La calle es nuestra.

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