Dentro de ese enorme barrio por conocer, habita alguien que mejor que nadie sabe medir nuestros aires trianeros y paladear los aromas que se elevan hasta las alturas escapando fugazmente del entramado de las calles, mientras no duda en espantar los nubarrones que se atreven a teñir de oscuro el claro color del cielo.

Moe de Triana. Desde tiempos inmemoriales viene viendo cómo crece el barrio. Cómo late su corazón y como respiran sus aceras. Durante las largas noches de verano, bailotea al son de las campanas, capitaneando el firmamento azul, puesto que para eso se le ha colocado ahí arriba, para pasar las páginas de este inédito álbum que es la vida dentro del arrabal.

Vive observando día a día a su gente, trianeros que entran. Salen. Vienen y van, pues no hay rincón del lugar que ose escapar a su itinerante vigilancia, velando por nosotros incluso al caer la madrugá cuando todo parece descansar en armonía y silencio.

Contempla ensimismada como pasa ante ella el río que algún día quisiera navegar y desconoce completamente del todo que hay al otro lado de la ribera. No sabe nada de Sevilla, sólo cruza su mirada con la Giralda cuando los vientos caprichosos la hacen apuntar hacía el barrio del Arenal.

Presencia impaciente; como queriendo abrir los brazos, a todo aquel forastero que cruza el puente para escuchar un buenos días con una sonrisa en los labios, para sentirse el trianero que aunque venga de Brooklin conoce aquellas calles de toda la vida porque desde el primer día que oyeron hablar de ellas soñaron con recorrerlas de punta a cabo.

Señores y señoritas, hablamos de la veleta de Señá Santana, ésa que sin pensárselo se bebe todos los vientos y se vuelve mahareta, señalando los cuatro puntos cardinales, cuando en las tardes de primavera el aire parece que susurra el nombre de Triana.

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