pac ramos 240216

Somos individuos en marcha, seres que a lo largo del camino de su vida permanecen en proceso de continua construcción y búsqueda de sí mismos. Y en ese autoconocimiento uno va encontrándose personas que van completando el puzzle.

Tengo la suerte de tener varios amigos que están en esa esplendorosa y florida etapa que algunos llaman ancianidad. La llamo esplendorosa y florida porque la considero la edad de la sabiduría, cuando uno ya tiene suficiente experiencia y distancia en todo como para ver las cosas con una óptica distinta. Uno de esos amigos me decía un día que todos somos la suma de las personas que se cruzan en nuestra vida, vamos adquiriendo un poco de ellas, de nuestros familiares más directos primero, padres, abuelos, hermanos; hasta que poco a poco uno mismo elige sus propios referentes que abarcan todo tipo de ámbitos, desde nuestras parcelas profesionales hasta aquellas en las que ocupamos nuestro ocio: referentes deportivos, culturales, etc.

Ayer escuchaba a un teórico estudioso decir que el colegio no está para educar a un niño, sino para formarlo, que los niños han de venir educados de casa. Y no, no consiento poder estar de acuerdo con una idea como esa sabiendo que también nuestros profesores se convierten a veces en modelos, en figuras representativas que influyen directamente en nuestro propio itinerario de vida.

Qué sería de mí sin ellos. Podría decir que recuerdo con especial cariño a Jesús, mi profesor de Literatura del instituto, pero hoy en día es uno de mis mejores amigos, por lo que el recuerdo sigue siendo vivencia y continuo aprendizaje. Jesús vivía (vive) la Literatura de una forma distinta, desde el prisma del que la ha elegido como una forma de habitar el mundo, que nos lo hará más fácilmente comprensible, consciente, contagiando ese poder que tiene la Literatura, la cultura en sí, de aspirar a la alegría, a la fe en la vida misma, incluso cuando la obra que podamos tener ante nuestros ojos nazca fruto del dolor o el pesimismo. Él no tenía (tiene) problema en convertirse, por un día, en Rodrigo Díaz de Vivar, por más que muchos entendieran que hacía el payaso. Sin que nos diéramos cuenta, plantaba la semilla, sembraba el virus de una literaturitis que a algunos nos hizo enfermar hasta la médula.

Un niño no acude a la escuela sólo para formarse, ni juega en la calle sólo por divertirse, sino que está atravesando un caudal de experiencias de cuyo germen dependerá el frondoso árbol del futuro, porque no siendo él consciente de ello, somos nosotros quienes debemos procurarle un crecimiento fructífero.

Y es que, señores estudiosos, políticos responsables de planes educativos que cada vez dificultan más la labores de los maestros para una enseñanza de calidad plena en valores, han de saber que un niño no es un tornillo y que educar no sólo consiste en transmitir lo que no se debe hacer a través de prohibiciones y castigos, sino en acompañar a los que más lo precisan y proveerlos de las herramientas necesarias para ser feliz, además de ser un acto social que nos compete a todos como sociedad. Por eso, para ello hacen falta referentes en la escuela y en la calle, más personas como Jesús, que enseñen a vivir amando. Aunque para ustedes sea más fácil que nuestros jóvenes enciendan la tele y se sometan a la ley mordaza.

Nace en Cádiz en 1981 y estudia Filología Hispánica entre la UCA y la UNED. Actualmente dirige los talleres de Escritura Creativa de El fontanero del Mar Ediciones. Organizador del festival poético...