paco ramos 181115

Fue una tarde fría de un diciembre madrileño. La puerta giratoria del mítico Café Comercial ponía en marcha su mecanismo para que tras la rueda accediese un hombre elegante, enchaquetado y con corbata, que remataba su excelso porte con un sombrero romántico fácilmente asimilable a don Miguel de Unamuno.

En esos momentos el local bullía. Los que buscaban el refugio del café de las últimas horas de la tarde, convergían con aquellos que adelantaban su presencia a la participación en uno de los múltiples eventos culturales que dicho Templo ofrecía cada temporada. En este caso, se trataba de un recital poético. Yo era uno de los participantes.

Sentado en mi mesa, vi acercarse a aquel hombre, que desde la puerta había observado la silla vacía que me acompañaba. Yo trataba de ocultar mis nervios ante el evento, ser un simple observador de aquel lugar de tertulia, lo cual me era absolutamente imposible ante mi propio estado ansioso. Aquel personaje elegante llegó por fin hasta mi posición, pidió permiso para usar la silla y acompañarme, pocos asientos vacíos quedaban esa tarde en el Café Comercial.

Aquel hombre se presentó como Joaquín y me preguntó si yo participaba del evento. Al decir que sí, de un bolsillo de su chaqueta, sacó una pequeña libreta que fue rellenando con las respuestas que yo daba a las preguntas que me iba haciendo sobre mis trabajos. La conversación se detuvo en el punto en que aquel hombre averiguó mi acento. Concretamos que ambos habíamos nacido en el mismo pueblo, en distinta época. Una de esas pequeñas trampas del azar.

La época que a Joaquín le tocó vivir no fue fácil. Una familia humilde en plena posguerra española conllevaba un duro esfuerzo de supervivencia. En plena adolescencia, un muchacho esperaba, ante las rejas del muelle pesquero de Cádiz, la oportunidad de que un camión cargado de pescado lo llevase a él también hasta Madrid, la capital donde todos los sueños habían de cumplirse y la vida debía salir adelante.

Sentados en el Café Comercial, aquel hombre comenzaba a contarme su historia. “La necesidad ayuda a agudizar el ingenio”, me decía. En los primeros años en Madrid, su padre le enviaba parejas de recién casados a los que hacer de guía turístico por la ciudad: “Esos días eran los que yo aprovechaba para dormir bajo un techo y comer caliente”. Y a mí me costaba creer que aquel hombre de porte elegante hubiese tenido que dormir alguna vez en la calle.

La vida se abrió paso. Joaquín es hoy un portador de historias, una vida de novela esperando a ser contada. Y en ella están todos los nombres, todos los libros de Historia que estudiamos en la escuela, porque la posguerra española no fue una historia de vencedores ni vencidos, de buenos o malos, ni de derechas ni de izquierdas, sino de gente corriente que tuvo que aprender a convivir con la desgracia, gente a los que la vida pudo exigirles demasiado pero que supieron apreciar la fortuna de haber seguido vivos.

Su traje de corbata y su sombrero de Unamuno cuentan la historia de un progreso, del futuro sosegado que hoy es nuestro presente. Nuestro fracaso como sociedad, nuestro retroceso en democracia, es la traición a esos hombres y mujeres que una vez durmieron en las calles.

Malditos aquellos que asesinan aquella historia de un progreso.

Nace en Cádiz en 1981 y estudia Filología Hispánica entre la UCA y la UNED. Actualmente dirige los talleres de Escritura Creativa de El fontanero del Mar Ediciones. Organizador del festival poético...