Desde hace unos meses, un grupo de expertos trata de localizar los restos de Don Miguel de Cervantes en el madrileño convento de las Trinitarias, donde las crónicas recogen que fue sepultado por propio deseo suyo. Debe estar bien escondido el creador del Quijote, no sólo por lo que tardan en encontrarlo, sino por su propia voluntad de que no sea así.

Nadie cuestiona la formación de un músico en un conservatorio. Ni que un deportista, a una habilidad especial deba unir una condición física que ponga a punto a diario, pero esto cambia en el trabajo de un escritor, parece que con los que nos enseñan en el parvulario ya debe bastar. La habilidad innata, el talento de un escritor, no es otra cosa más que mirar la vida de una forma diferente a como lo hacen el resto de los mortales, ser un voyeur de sí mismo y de las vidas ajenas para tratar de comprenderlas e interpretarlas. No obstante, con eso no es suficiente. El escritor también mantiene con la vida un proceso de aprendizaje en el que están la lectura, fundamentalmente un escritor es primero, y sobre todo, lector. Pero también forman parte de ese proceso de aprendizaje las tertulias literarias, los coloquios, la asistencia a actos como presentaciones, conferencias, firmas o la visualización, lectura o escucha de entrevistas de autores consagrados que se convertirán en el caldo de cultivo sobre el que el aprendiz de escritor cimenta su propio espíritu literario, además de los talleres que tan de moda se encuentran y en los que, efectivamente, una persona se forma a través de la constancia, el trabajo dirigido y el enriquecimiento mutuo con sus compañeros de taller.

Es decir, querer escribir no es querer vivir de la literatura, sino vivir para la literatura, consagrar tu vida y tu tiempo a ella. Con frecuencia, las nuevas formas de publicación, autoedición o coedición, facilitan la aparición de un vergel de nuevos autores que ven cumplido su sueño de publicar a cambio de una cuantiosa cifra que sufrague la edición y ante la cual la editorial no incurra en riesgos, o de la obligada venta de un mínimo número de ejemplares con los que el precio de edición quedaría cubierto. El problema es que las ansias de publicación provocan prisas y las prisas, como ya se sabe, no son buenas consejeras, los errores que cometamos sobre una página escrita quedarán impresos para siempre y al aire de todo aquel que con ellos quiera castigarnos.

Agentes, editoriales, escritores y toda persona inmersa en este hermoso gremio que es la literatura deben ser conscientes de que el mundo literario es algo más serio que un simple plató de televisión donde los contertulios airean sus vergüenzas. De lo contrario, le estaríamos faltando el respeto a la literatura y, apelando a una célebre frase, si don Miguel de Cervantes levantase la cabeza no pediría que nadie buscase sus restos.

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Nace en Cádiz en 1981 y estudia Filología Hispánica entre la UCA y la UNED. Actualmente dirige los talleres de Escritura Creativa de El fontanero del Mar Ediciones. Organizador del festival poético...