África es un continente rico. Sí, han leído bien, rico. Piénsenlo. En África hay petróleo, minas de diamante, de oro y de decenas más de minerales; abundantes caladeros para la pesca y la industria marina, grandes posibilidades para la caza controlada de animales, no esa que ejercen los poderosos del mundo asesinando elefantes sin ton ni son, si no de esa caza necesaria que da de comer y se convierte en industria; además de enormes posibilidades para la explotación de sus recursos naturales a través de energías renovables o limpias.

Sin embargo, a diario miles de personas arriesgan sus vidas buscando un futuro mejor debido a que dicha riqueza es explotada por los países del primer mundo, acaparando pingües beneficios a cambio de ahogar en oro al dictador de turno, que masacra a su propia población, y ofrecer limosna a base porcentajes ínfimos a esa legión de héroes que a través de las ONGS se dejan el pellejo en el terreno.

Mientras el enfrentamiento sea si la Guardia Civil es responsable o no del fallecimiento de quince inmigrantes en Tarajal no volveremos nuestra vista hacia los verdaderos responsables, aquellos que juegan a llenarse los bolsillos traficando con las vidas humanas y haciendo safaris en ese gran patio de recreo que para ellos es África.

La vida no vale nada para ese mundo neoliberal inspirado por el capitalismo salvaje. En Ucrania, donde se maneja gran parte de la energía que sostiene a Europa, dos grandes entes juegan a masacrar población de uno u otro lado mientras ellos, Rusia y los países de Europa, reclutan soldados en las calles para evitar que la guerra se vea como tal y no se transparente la injerencia total, la lucha descabellada por controlar esa energía entre aquellos poderosos para quienes baila Yanukovich y los que lo hacen al son que dicta Bruselas. Las grandes empresas eléctricas acompasan las notas de esta guerra de muerte.

Lo mismo que en Venezuela. Aquellos que han sido derrotados en las últimas dieciocho elecciones democráticas, refrendadas por miles de observadores internacionales y por la fundación Jimmy Carter para el estudio de los procesos democráticos, inspirados por el olor de los dólares de los poderosos dueños de empresas que ansían controlar el país en su beneficio, desestabilizan a la sociedad en una nueva guerra de guerrillas en las calles, con un gobierno desbordado incapaz de mantener el orden de una forma que no sea el uso de la fuerza ante la no menos violencia de sus opositores.

Destruida Irak, y con la opinión pública sobre las cabezas de aquellos embusteros que decían buscar armas de destrucción masiva, la guerra ya no se libra entre ejércitos profesionales, sino que la nueva estrategia consiste en desestabilizar a la sociedad para que sea ella quien se destruya por sí misma.

¿Será el hombre, algún día, capaz de dejar de ser un lobo para el hombre?

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Nace en Cádiz en 1981 y estudia Filología Hispánica entre la UCA y la UNED. Actualmente dirige los talleres de Escritura Creativa de El fontanero del Mar Ediciones. Organizador del festival poético...