Sevilla comienza a sentir la Pasión cuando apenas pasan diez días del inicio de Marzo. Es entonces cuando se viste de incienso y de olor a cera para asistir silenciosa al Vía- Crucis que marcará el inicio de la cuaresma.

Esa misma tarde, cuando contemplemos la figura del Soberano Poder sobre sus andas, nos traslademos imaginariamente a la tarde del Lunes Santo.

El sol aprieta, y el crujir de los portones de la parroquía de San Gonzalo indica que todo está a punto de comenzar, segundos después de abrir su alma a todos los que se dan cita en los aledaños del templo, un rayo de sol que espera impaciente el momento no duda en colarse en su interior para dar luz y brillo a todo lo que acontece en sus entrañas.

Minutos más tarde, un río de túnicas blancas atraviesa Triana de punta a cabo; otro río de miradas se desborda desde las aceras hasta los balcones; día grande para el barrio León y sus vecinos, que caminan apresuradamente en busca de una porción de metro cuadrado en el puente, para ver el discurrir de la cofradía que lentamente aún avanza por San Jacinto.

El Guadalquivir pasa, y San Gonzalo sobre él; las olas parecen estremecerse ante el ronco tronar de los tambores que suenan sin tregua marcando el compás de cada chicotá, un paso detrás de otro, haciendo camino al andar, acercando metro a metro la cofradía a todos aquellos que la esperan al otro lado de la orilla guardando silencio, como lo hicieran Caifás y su corte justo despues de oír de la boca de aquel reo que era el verdadero Hijo de Dios.

Cuando cae la noche, la Luna de Sevilla es testigo de todo lo que sucede entre sus calles, y de como Arenal y Triana se funden en un abrazo; barrio y barrio; arrabal y arrabal frente a frente cuando el Soberano Poder cruza el postigo y se abren las puertas de la capilla del Baratillo; no se dice una palabra, silencio en la calle Adriano unicamente roto por el sonido de una corneta cigarrera que lleva treinta años regalándonos su música; toque elegante donde los haya, lleno de matices y de vida, de aroma a ribera.

Tras el cortés saludo la inminente despedida, y del Arenal de nuevo pa´Triana, allí el tiempo se detiene y la voz de Garduño se rompe. Zancada tras zancada llegamos de nuevo al punto de partida, a la placita dónde parece que no cabe nadie pero cabe un barrio entero, un barrio que un año más espera al filo de la madrugá que Cristo entone su «Ego Sum» y que la luz del palio de la Salud asome entre sus naranjos momentos antes de poner el broche final al Lunes Santo trianero.

Quedan días para que llegue ese momento, pero ya lo sentimos muy cerquita nuestra.

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