parody-23-de-noviembre2016

El futuro asociado a nuestro modelo de desarrollo tiene una idea que lo riega en toda su definición, y que a su vez condiciona nuestro comportamiento y los efectos secundarios de éste: la velocidad.

Nos han dicho que el camino hay que hacerlo rápido, veloz, sin prestar si quiera atención, como si fuese un tiempo perdido, un espacio inevitable que hay que salvar, recorriéndolo a toda velocidad hasta llegar a un destino donde alcanzaremos la felicidad. Ese destino puede ser un lugar, una casa, una cosa, un trabajo, una pareja, una familia.

Nos han dicho que la actualidad es lo más importante, que no hace falta saber realmente qué ha pasado, sino ser el primero en saber que algo ha pasado. No son importantes las causas, sólo es importante el titular. No importa qué paso y por qué ocurrió, lo importante es especular con qué pasará en función de un simple hecho sin analizar.

Nos han dicho que debemos invertir unos trece años de estudios antes de llegar a la carrera, cinco o seis en terminar ésta, unos pocos meses en conseguir un trabajo que se adecúe a nuestros conocimientos, y el contexto lo han adornado para que si te sales de esos tiempos, de esas velocidades, nos sintamos apartados: repetiste un curso por vago, invertiste más años en la carrera porque no estudiaste lo que debías, tardaste en encontrar trabajo porque no te esforzarte en buscarlo, te echaron de ese o de otro porque no diste el máximo de tus posibilidades. La velocidad de tu alrededor es implacable: corre, o te quedarás descolgado, y será por tu culpa. Así que decides correr.

Nos han dicho que primero la obligación y luego la devoción, que disfrutar de la vida, de los días, del sol, está en contradicción con llevar esa vida ordenada que el trabajo normal obliga, esa por la cual sólo debemos disfrutar del fin de semana y de las vacaciones y volver rápido, el lunes o en septiembre, a lo que estamos destinados a hacer: estudiar obligatoriamente, trabajar concienzudamente, simular que estás a gusto, mientras la rapidez de los acontecimientos no te permite un segundo ni a pararte a pensar, pues si te detienes y piensas pierdes ese tiempo indispensable que te han dicho es fundamental no desperdiciar.

Termina pronto la carrera, consigue rápido un trabajo, escala en tu puesto, cómprate un coche y una casa, paga tus recibos, vive con tu pareja, ten hijos y no intentes poner en práctica tus sueños porque ponerlos supone poner en riesgos el nivel de seguridad que has alcanzado en todos los ámbitos. Pasarán los años, y llegarás a un punto en el que lleves tanto tiempo haciendo lo mismo que te preguntarás quién coño fue el gracioso que te dijo que corrieses para alcanzar un determinado destino asequible, fuese cual fuese, pues una vez lo alcanzaste lo que te quedó fue la repetición continua de ese destino, con veinte años, con treinta, con cuarenta, con cincuenta, y así sucesivamente. Y entonces te preguntarás ¿y si hubiese ido más lento? ¿Y si me hubiese parado, al menos de vez en cuando, a mirar el paisaje?

Y entonces recordarás a Gandalf gritando “¡Corred, insensatos!”, y te verás a ti mismo agarrándole de su túnica y contestándole con una seguridad nunca antes experimentada “¡No pienso correr más, ¿me entiendes, mago de pacotilla?!”. Y te quedarás allí plantado ante el puente, haciendo frente al Balrog, combatiendo al fin tus propios demonios internos.

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...