La propiedad es todo aquello que compramos con el dinero que hemos ganado o que nos han regalado, o que hemos heredado. Es la riqueza que tenemos a nuestra disposición por las numerosas vías de entrada existentes, sean legales o ilegales. Cuanto más ganamos o más tenemos, más compramos.

De tanto comprar, los adultos vamos adoptando una actitud muy parecida a la del niño pequeño con sus juguetes de cumpleaños, ese niño que acaba gritando continuamente “¡eso es mío!, ¡eso es mío!, ¡eso es mío!” a todo lo que tiene a su alrededor. No suele prestar atención a un divertimento concreto hasta que no ve a otro niño que se hace con él, y entonces, como arma que lleva al diablo, va a dejar claro que ese juguete es suyo, que se lo devuelvan. No quiere jugar con ello, sólo quiere tenerlo, y así lo hace, quita el juguete al niño que estaba jugando, y lo coge con su mano.

Pero de repente se centra en otro niño que está haciendo lo mismo, ha cogido otro juguete que es suyo, así que va a quitárselo. No puede soltar el que acaba de recuperar, porque si no lo volvería a perder, así que lo mantiene en una mano, y el nuevo juguete robado lo recupera con la otra. Ahora ocurre lo mismo con un tercer niño que trata de jugar con otro juguete suyo. Va raudo a recuperarlo, pero ya tiene las dos manos ocupadas con los otros juguetes, así que lo muerde y sostiene en su boca para mantenerlo en su propiedad, pues es suyo. Igual ocurre con un cuarto y quinto juguete, que decide sostenerlos con ambos pies, de manera que el niño acaba inmovilizado, sin posibilidad de desplazarse, ni de jugar, pero con sus juguetes. Su felicidad, la posesión de todos sus juguetes, le ha llevado irrevocablemente a la infelicidad, pues ha perdido la libertad que antes tenía. Tardará un tiempo en comprenderlo. Algunos toda la vida.

A medida que acumulamos cosas nos volvemos prisioneros de ellas mismas, nos hace dedicar demasiado tiempo a su control, a no perderlas, a intentar que no nos las roben. Nos hace experimentar un sentimiento de descontento continuo con lo que tenemos, deseando más, pues la propiedad es golosa y por mucho que la alimentemos, quiere siempre crecer exponencialmente.

Pensamos que dicha propiedad nos acercará poco a poco al pleno disfrute, pero nunca lo alcanzamos, y lo achacamos a que quizás no tenemos todavía todo lo que necesitamos, y que con la siguiente compra lo conseguiremos. Quizás con el piso. O con el otro piso en la playa. O con el coche. O con el segundo coche. O con la televisión gigante. O con la tablet. O con el último móvil. O con lo siguiente. O con lo más siguiente. Y así eternamente, pensando que la acumulación de cosas tendrá como recompensa final la felicidad, sin darnos cuenta que nos hemos hecho propietarios de la avaricia, que es un material que nunca se da por saciado.

La libertad es poder conseguir lo que quieres, pero si lo que quieres es tener cosas de forma ilimitada, hoy más que ayer pero menos que mañana, corremos el riesgo de olvidar que con ello perdemos precisamente lo que creemos ganar, la libertad, pues nos hacemos presa del sentimiento por el cual pervertimos el significado de “necesidad”, convirtiendo lo superfluo en necesario, y haciéndonos esposos del consumo.

Viendo los numerosos casos de corrupción que aparecen cada día en las noticias, de gente adulta que tiene mucho y quiere más y está dispuesta a todo por conseguirlo, me pregunto si la posibilidad de poder consumir ilimitadamente no nos está haciendo perder de manera descarada el sentido común, convirtiéndonos en ese niño que pretende agarrar sus juguetes sin jugar. Infelices e inconscientes.

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...