Puente de Triana/Ana Rey en Flickr

Ahora, mientras esperas a tus amigos, miras el río e intentas imaginar aquella playa. La primera vez que oíste la historia te dejaste llevar por la voz rota de María. Como una niña a la que le cuentan un cuento fantástico, deseando con impaciencia la llegada del siguiente miércoles:

«—Volamos por los aires, en la explosión de un polvorín cercano —Al decir esto;la habitación se oscurece y María te arrastra por un túnel con sombras diabólicas y alaridos. Visiones buscando salida que chocan a lo largo de un cilindro sin principio, sin fin, ni fisuras. Sólo espectros. Entes doloridos envisten las paredes de lo que parecen intestinos pegajosos, sangrientos. Destellos inesperados expulsan luces desde la penumbra al negro, con relámpagos amarillos y truenos que despiden una energía caliente. Choques veloces de sombras salvajes aterrorizadas por no ver la luz. Y vosotras girando, mezcladas entre toda esa incertidumbre. María tira de tu mano llevándote por el túnel y te quema el fuego y la metralla y tu cabeza se convierte en una olla a presión y en angustia y en miedo y una terrible agonía camina con vosotras.

Súbitamente: ella rompe a llorar. Y todo vuelve a ser blanco y aséptico. Y en una habitación clara de hospital los ojos pardos de María trazan un sendero.

Entonces; tú la consuelas meciéndola como a una niña y la abrazas. Todo lo negro y lo adverso queda desgarrado por un tornado propulsado por la turbina de vuestras emociones y os deja como posos de café reposando en el fondo.

—Me escapé a la hora de la siesta, he dejado a la abuela en la mecedora balanceándose y refunfuñando por las moscas. Me fui de puntillas con las zapatillas en la mano después de limpiar los cacharros con los últimos cubos que saqué del río. Llevándome mi cajita oxidada de galletas, la sabanita y 575 pesetas en billetes —te dice maría con la voz entrecortada por el llanto.

Después de la catástrofe gran parte de mi cuerpo tuvo que ser injertado por las quemaduras y a pesar de que estuve un tiempo en coma me fui recuperando sin secuelas. A los pies de la cama el abuelo ensayaba acordes mientras la abuela recitaba un poema de Neruda:

“…La niña coronada por las antiguas
Olas,
Allí miraba con sus ojos derrotados:
Sabía que vivimos en una red
remota
de tiempo y agua y olas y sonidos y
lluvia,
sin saber si existimos o si somos
su sueño. ”

«Después de aquello me contaron que la abuela había muerto. Se le rompió el corazón. Una orden del ayuntamiento obligaba a dragar la zona, para evitar inundaciones y pérdidas humanas. Cerraron la playa. Y las familias vecinas se trasladaron a pisos de protección oficial dispuestos por el ayuntamiento. Pisos por chozos.La abuela peleó. Un conocido que frecuentaba el ventorrillo le gestionó los papeles. Abandonar la choza. Abandonar su negocio, su sueño, su presente, sus recuerdos, su futuro. Todos se marcharon. Pero ella no.

Dijeron que echaba espuma por la boca gritando:

— ¡Hijos de puta, ayudadme! ¿No veis lo que hacen con nosotros? —Decía a los vecinos que miraban sin hacer nada—. ¡Jodidos mamones! ¡Que os den por culo! ¡Os vais a pudrir en el infierno! ¡Ojalá os muráis todos podridos de mierda hasta el cuello! ¡Cabrones, no me toquéis!

— ¡Quítese de en medio vieja loca que la van a matar las máquinas, la van a espachurrar!

— Está muerta —dijo uno de los hombres.

— ¿Seguro?—el otro hombre le puso la mano en el cuello para comprobar el pulso.

Yacía sin pestañear en la puerta de la choza. Se la llevaron a rastras hacia nadie sabe dónde.

La abuela no murió ese día. Lo hizo el día que me escapé de casa. Éramos socias y la estafé llevándome conmigo sus ahorros. Pero desde ese día no volvimos jamás a verla. Despareció. Me pregunto cómo habrían sido las cosas si hubiese estado allí en vez de luchando en un hospital entre la vida y la muerte. Me pregunto si realmente fue ella la que recitaba poemas a los pies de mi cama mientras yo deliraba.

El mundo de los recuerdos es difuso a veces, lo real o imaginado se entrelaza como amantes que intentan encontrar un sentido a lo inexplicable.

Ella permanece conmigo. Ni el veneno de la lujuria, ni los hombres, ni las excavadoras acabó con nosotras. Son estos botecitos de colores los que borran recuerdos —María pestañea dos veces. Te mira. Pestañea dos veces más. Se levanta y camina nerviosa por la habitación. Se sienta en la silla enfrente de ti. Vuelve a cerrar y abrir los ojos muy deprisa para decir con voz casi imperceptible: El cuerpo de Bob desapareció».

María con su poderío y el porte de la que ha soportado el peso del mundo mucho tiempo luce como un mascarón de proa cerca del río. Agradeciendo el sol de invierno. Atrás quedaron las paredes blancas y botecitos de colores del hospital.

Los miércoles con María terminaron de repente, sin explicaciones. Le dieron el alta. Y al abrir la puerta el siguiente miércoles, en su lugar otra persona comenzó otra historia.

Por tu parte al mirar el río disfrutas imaginando a María y a Bob felices en la orilla de una playa perdida haciendo el amor. La mente borra lo que está mal escrito. Lo que duele.

Entras en el bar donde esta María. Pides dos cerveza y unas almendras, coges un vaso con la mano izquierda, el plato lo apoyas encima a modo de tapa, la otra cerveza la coges con la mano derecha. Caminas en dirección a la mesa en la que están sentados María y el hombre. Dejas la cerveza y las avellanas encima de la mesa. No se resiste pero te mira sorprendida. Te mira y sus ojos son verde, verde mar. Pestañeando dos veces seguidas, sin decir nada te sonríe.

Te das media vuelta. Tu móvil vibra en el bolsillo. Lo miras.

—Te esperamos en Paseo de la O.

—Nos hemos parado con unos amigos. Vente.

Sales al encuentro de tus amigos. Caminando despacio.

De repente notas una mano en tu hombro. Te vuelves. Y María con los ojos verde mar te dice al oído:

—Me casé con Aurelio —señala con la cabeza al hombre que permanece sentado en la mesa.

Mete la mano en el bolso. Saca unos recortes de periódico y un boli. Apunta algo. Después dobla el papel y lo mete en el bolsillo de tu chaquetón. Parpadea seguido dos veces se da media vuelta y se va cómo desplazándose en una cinta andadora luciendo su melena cana recogida en una coleta.

Tu móvil empieza a sonar. Descuelgas.

— ¿Vienes o qué?

— Voy de camino.

— Nos hemos retrasado bastante porque nos hemos parado mil veces saludando gente.

— Si, a mí me ha pasado lo mismo. Ve pidiéndome una jarrita helada —dices deseosa.

Cuelgas el teléfono. Caminas por San Jorge y bajas por el Callejón de la Inquisición. Caminas por el suelo empedrado. Adelfas de flores rosa adornan el paseo. Más allá del embarcadero tus amigos hablan a la vez. Ríen. Estás nerviosa. Como una niña a la que invitan a un cumpleaños. Cada viernes lo mismo.

De pronto te paras, miras el río y recuerdas las palabras de la gitana que esta mañana te vendió el clavel: «Las flores que se tiran al río se funden con las aguas pardas del Guadalquivir y se reflejan en el cielo azul. Los ángeles que se marcharon de nuestro lado las recogen y hacen un ramo que envían por mensajero a la persona que aman. ¡Hay que estar pendiente Niña! Abrir la puerta y dar propina al mensajero. Tira esta flor al río antes de que marchite en tu pelo para que se cumplan tus sueños.

Te llevas la mano al pelo. Te quitas la horquilla y desprendes el clavel. Tiras la flor al río en memoria de los abuelos de María y de Bob. La flor se refleja en el cielo azul y se aleja siguiendo la corriente.

Sacas el papel que María ha metido en tu bolsillo. Un recorte de periódico. En un gran titular puede leerse:

«Ventorrillo de La Fernanda

Aprobada la concesión y explotación de una venta en los terrenos cercanos al puente del V Centenario:

Ha sido concedida licencia de explotación de un ventorrillo. Doña María Antonia Fernández Barquero, quien tramitó la solicitud en los años cincuenta del pasado siglo, ha podido demostrar su derecho sobre los terrenos. En los trabajos de mejora del río encuentran una cajita de galletas oxidada y 575 pesetas en billetes. Lo que corrobora lo expuesto por la afectada, quien siempre mantuvo que fue una de las damnificadas en la explosión del verano de 1941 y que parte de los terrenos solicitados pertenecieron a su familia. La concesión administrativa que no se había resuelto hasta la fecha…».

En las fotos que acompañan la noticia aparecen María y Aurelio apoyados en una barra y detrás un ventilador y un marco grande con una fotografía antigua y algo deteriorada de un hombre una mujer y una niña.

De su puño y letra en uno de los bordes del recorte de periódico puedes leer una dirección, un número de teléfono y la letra de una canción.

Has llegado. Te ofrecen una cervecita helada. Tus amigos ajenos discuten sobre marca de cerveza y temperaturas adecuadas. Sobre tomar algo en San Jorge, Alfarería o el Mercado. Besas y abrazas a tus amigos mientras en tu cabeza suena la voz rota de María cantando y una guitarra que se funde con el alboroto de tu gente:

«Que no daría yo por empezar de nuevo
A pasear la arena de una playa blanca
Que no daría yo por escuchar de nuevo
Esa niña que llega tarde a casa.
Y escuchar ese grito de mi mare
Pregonando mi nombre en la ventana
Mientras yo desojaba primaveras
Por la calle mayor y por la plaza…»

Fin

Tras ejercer como psicoterapeuta durante quince años, es Master de Escritura Creativa por la Universidad de Sevilla. Leer y escribir le brindan la oportunidad de entender el mundo a través de la vida...

9 respuestas a “Botecitos de colores (parte 3)”

  1. me ha encantado come mezclas el tiempo: hoy, ayer mañana quizá. Voy a seguir leyendote

  2. Nunca pensé que vería el río, el puente y Sevilla de esta forma. Has sido capaz de mostrarnos algo muy nuestro despertando sentimientos. Hemos podido ver, tocar y oler a través de tus palabras, has conseguido provocarnos tristeza, esperanza, nostalgias, compasión…
    Gracias. Gracias por compartir tu don.

  3. Muy bonito final. Me ha encantado la historia completa. Muchas gracias por los ratitos tan buenos que me has hecho pasar con Botecitos de colores.

  4. Fantástico relato de principio a fin!!!! Deseando seguir leyendo nuevos escritos de esta autora.

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