Siempre estoy fotografiándolo todo mentalmente para practicar. Minor White.

Laura Rosal. Reposo mi dedo índice  sobre el botón del obturador. Aprieto dulcemente. Disparo. ¿Con ternura o con violencia? Como decía Lisette Model: shoot from the gut. Desde el estómago. ¿Cuándo? Cuando duela. O cuando cosquillee. O cuando el pulso tiemble por la risa. Cuando tiemble por el miedo. Cuando la sorpresa. Desde la sombra. O cuando respiras lo retratado. Cuando la persona tiembla. Cuando el roce. Disparo.

La fotografía es una tentativa de poseer otra realidad. Releo a Susan Sontag. Sobre la fotografía. Sobre la caza de imágenes. Tino Soriano, fotógrafo del National Geographic, me hablaba de la pasión en la búsqueda de una imagen. En su larga espera. ¿Pero cuándo es el momento adecuado? Siempre en la dualidad de cazar una imagen o crearla. Desde el surrealismo de Man Ray hasta la fotografía realista: Paul Strand. Desde la radical Sally Mann. O desde la belleza monstruosa de Diane Arbus. Mostrar el horror de lo bello. ¿Soy como soy por culpa de todos esos nombres? La fotografía colecciona fragmentos de realidad. Yo guardo imágenes en los bolsillos desde pequeña. Coleccionando el mundo; lo que reluce, lo que está sucio. Somos voyeuristas excitados, de los que meten la mano (o todo el cuerpo) en la razón. Nos empapamos de lo que nos rodea. Agarramos lo que vemos. Lo poseemos. Lo que creíamos lejano y de repente podemos acercar. Reinventar. Falsear lo legítimo.

Las imágenes reiteradas anestesian. Me anestesia una mano apretando el pecho, la mirada perdida, el reflejo cautivo. La fracción nítida, el momento privilegiado. Al final la fotografía no es más que otro modo de liberar. A través del arte: dejar escapar nuestros propios monstruos. Tras el lado oscuro: desatar lo cotidiano, destacar su unicidad. Desnudar las calles. Apropiarnos de lo que no nos pertenece.

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